Veni Qayin, Messor, Mortifer et Occisor!
Veni, veni Letifer, Dominor Tumulus et Falxifer!
Veni, Veni Qayin Coronatus
Veni, veni Qayin Rex Mortis!
Veni Baaltzelmoth et Niantiel!
Veni Qayin Ben Samael!
- ¿Cómo llegue aquí? —pregunto en medio de la oscuridad, su visión era nublosa pero poco a poco fue haciéndose más claro que se encontraba caminando por un pasillo con una alfombra roja, todo iluminado con lo que eran lámparas con diseños antiguos.
Varias preguntas surgían dentro de su cabeza, no sabía dónde estaba, ni recordaba como llego hasta ese lugar. Encontró un espejo colgando que lucía antiguo y con polvo, se vio en el mismo encontrándose con su playera de la banda Sepultura y unos pantalones de mezclilla.
¿Dónde estaba? ¿Por qué estaba ahí? ¿Qué era ese lugar? Juan Fernando pregunto en voz alta si había alguien en lo que le parecía el interior de una casa antigua, trataba de recordar que paso antes, solo recuerda la canción, pero no alcanzaba a poder recordarlo ¿Quién estaba cantando? ¿Por qué no alcanzaba a recordarlo? Jadeo mientras se sostenía en la pared, una parte de su mente estaba en blanco y eso le molestaba, le causaba una intensa sensación de ansiedad.
¿Bebió demasiado? No lo recordaba, pero no era así, de lo contrario le dolería la cabeza y no era el caso.
-Ven muchacho, el Maestro te está esperando—era un hombre negro, alto, vestido con smoking, que lo llamaba desde una puerta iluminada, Juan Fernando recupero la compostura, acercándose, el hombre le estrecho su mano y se presentó como Hassan.
-El Maestro está adentro, quiere verte.
- ¿Se refiere a Caín?
-Qayin y si, es el, no lo hagas esperar—le dijo, Juan Fernando entro y vio otra puerta de madera grande, al momento de abrirla, se encontró en un gran salón, en el fondo sentado en un trono de huesos y cráneos se encontraba El Primer Asesino.
Un hombre alto, albino, con el cabello blanco largo y los ojos carmesí que resultaban intimidantes, vestía de negro, tenía todo el porte de un rey, lo miro y pensó que se trataba de un dios o un monstruo.
Juan Fernando se quedó de pie, no sabía que decir, estaba ante el que era el Maestro Esqueleto, Rey y Señor de los Muertos, estaba con una creciente sensación de miedo y al mismo tiempo admiración.
Lo mejor que hizo fue ponerse de rodillas, al fin y al cabo, estaba ante un rey, con un gesto y un movimiento de su mano derecha, le dio permiso de ponerse de pie.
-Bienvenido Juan Fernando Ventura, tenemos mucho de qué hablar—su voz era profunda, con un tono que estaba entre la cordialidad y lo despiadado, era la voz de un ser ya viejo, pero a primera vista el Maestro no parecía ni viejo ni joven, era alguien a quien no se podía clasificar su edad, era lo eterno.
-No sé qué decir—fue todo lo que se le ocurrió salir de su boca y se sintió muy tonto al hacerlo, a su oscuro anfitrión esto no pareció importarle. Hassan le sirvió una copa de vino, después se alejó, poniéndose a la izquierda de su señor.
-Has avanzado mucho, te he visto y veo tu esfuerzo para tener mi marca. Eso lo respeto mucho—comenzó hablando, tomo un poco de su copa, un poco de vino se encontraba en sus labios, a Juan Fernando le pareció sangre.
- ¿Cómo llegue aquí? Es que no se…no sé cómo llegue, me encuentro confundido—trato de recordar, estaba esperando ¿A quién? ¿Dónde iba? Entonces solo recordó que era sábado y era de noche, debía de tocar en El Marino Irlandés ¿O ya lo hizo?
-Todas tus preguntas tendrán respuestas, pero ahora dime ¿Qué es lo que más anhelas?
-Ser un gran músico de metal, tocar en conciertos masivos, ser respetado y admirado por la comunidad metalera, ser un icono como Quorthon o Max Cavalera—trago saliva, todo lo dijo de golpe, todo lo dijo expresando ese anhelo frustrado que llevaba consigo en todos estos años. El Rey lo miraba con esos siniestros ojos carmesí, le era difícil descifrar la expresión que tenía, si era de satisfacción o de fastidio.
-Dime ¿Crees que soy un genio? ¿Crees que cantare una canción sobre servirte y cumplirte tus deseos? ¿A eso me rebajas? —su tono era calmado, pero Juan Fernando temblaba, pensaba que la había regado y en ese momento sintió un terror interno, como nunca antes había sentido en su vida, intento hablar, pero balbuceaba, intento pedirle una disculpa y excusarse, pero no sabía que poder decir, ninguna palabra salía de su boca.
Qayin no parecía enojado, sin embargo, no podía decir nada seguro estaba ante un ser de miles de años y ante eso no se podía dar un paso seguro.
-Ser músico ha sido mi sueño…busco el poder de hacer mi sueño realidad.
Finalmente hablo, se quedó callado mientras el pálido ser lo miraba, era delgado, de un modo que nunca vio, casi como un esqueleto.
-Lo que quieres es la fama, yo no te prometo algo tan banal, no lo serás, pero te prometo poder, trascender de la carne, de la misma muerte, ser uno de nosotros. Esa es mi promesa a aquellos que siguen mi camino—un olor a incienso cubría la sala del trono, era un aroma fuerte a sangre de dragón, todo adquirió un tono tan irreal, como si se tratara de un sueño, miro a su alrededor y sentía que la realidad era tan delicada.
-Este es el sendero de los fuertes, ya disté el primer paso en vengarte de un enemigo.
Juan Fernando recordó a Neftalí y el conjuro de destrucción que realizó ¿Funciono? No vio ni investigó nada al respecto después de realizarlo.
-La magia está haciendo su trabajo, lo estas destruyendo—en ese momento sintió un poco de culpa, pero era algo que no se podía detener, el conjuro que lanzo fue como una granada a la que le quito el seguro y arrojo, nada detiene la explosión, solo destruye lo que está a su alrededor.
¿Cuánto destruyó? Pensó y sintió un poco de angustia.
-¡No te atrevas a sentir remordimiento! Nosotros los fuertes no sentimos pena por los que matamos. Conquistamos y esclavizamos, porque eso somos conquistadores—le dijo y por primera vez subió su tono, era alguien temible, alguien admirable, alguien a quien seguir.
-Lo siento…no pude evitarlo.
- ¿Quieres el poder absoluto? ¿Quieres ser uno de nosotros? ¿Quieres trascender?
- ¡Si quiero! ¡Si quiero! ¡Si quiero ser un Poderoso Muerto! —exclamo Juan Fernando. Recordó a todos aquellos que lo hicieron sentir inferior, desde Neftalí, maestros, sus propios padres, dueños de bares que les negaron tocar, sus propios amigos, Alejandra, su suegro y cuñado. Todos ellos resultaban seres patéticos, mundanos, estúpidos, parásitos que habían aplastado y burlado sus sueños de grandeza, no más, no se iba a inclinar más, aunque nunca cumpliera su sueño, iba a ser grande, iba a ser poderoso.
Hassan abrió una puerta, entro escoltando a un joven amarrado y con la cabeza tapada, solo vestía unos pantalones de mezclilla, lo arrojo bruscamente cerca de Juan Fernando.
Estaba confundido, entonces Hassan le entrego una hoz, el Rey de los Muertos le ordeno que debía matarlo.
- ¿Quién es? ¿Qué hizo?
-Eso no importa, mi orden es matarlo ¿Lo harás o no? —Juan Fernando miro a su futura víctima, nunca antes había asesinado, miro primero a Qayin, después a Hassan los dos lo estaban estudiando con sus miradas, esperando a que tomara una decisión, supo que ninguno de ellos iba a tenerle paciencia, tenía que actuar pronto.
Juan Fernando se acercó al joven amarrado, se sacudía, no decía nada, sino que balbuceaba ¿Quién era? Supuso que debía de tener la boca tapada, respiro profundamente mientras lo veía, agarro la hoz con las dos manos.
Tenía que hacerlo, tenía que actuar ya, tenía que demostrar que era digno de llevar la Marca de Qayin.
Recordó a la gallina negra, el primer sacrificio, en su mente se imaginó que aquel pobre diablo era esa misma gallina negra lista para ser cortada.
-No sé quién eres, no me importa porque voy a matarte—le dijo en voz alta, más que nada para darse valor así mismo.
Coloco la hoz alrededor del cuello, la víctima se agitó, respiró profundamente y su mirada se encontró con la de Qayin.
Se imaginó que sería don Ricardo o Neftalí, respiro profundamente y apretó la punta de la hoz con el cuello haciendo brotar la primera sangre, tomo valor e introdujo el filo de la hoz en el cuello, lo deslizó lentamente degollando la garganta, la sangre broto cubriendo todo su cuerpo.
Empezó a cortar y cortar la cabeza, hasta que pudo desprenderla del cuerpo, se cubrió las manos y su playera, su rostro fue salpicado con la sangre, miro la cabeza sobre un charco de la sangre, respiro agitadamente, sentía ganas de vomitar, su corazón palpitaba con fuerza.
Miro al Maestro que en ese momento se puso de pie, pero no decía nada, esperaba algo más, Juan Fernando se acercó a la cabeza, le quito la bolsa, al verlo no pudo evitar reprimir un grito que resonó por todo el pasillo.
Era su cabeza, aquel a quien decapito era el mismo, miro la sangre, se miró las manos, miro la hoz y después miro su propia cabeza cortada sobre la sangre, miro a un lado de la habitación, en la oscuridad se encontraba Morgana observando con una sonrisa de satisfacción.
Gritó y ese grito nunca se detuvo, todas las velas se apagaron quedando en la oscuridad.
Recordó que estaba fuera de su casa, era sábado en la noche e iba a tocar al Marino Irlandés como cada sábado, se despidió de Alejandra, pero ella no le dirigió la palabra, así fue en toda la semana desde el incidente con su padre.
Se subió al Uber, dio la dirección y se quedó mirando por la ventanilla, vio pasar a don Mario que tenía una bolsa del super en su mano, ambos se saludaron.
-Hola guapo—la chofer del Uber era Morgana, la hermosa y siniestra mujer de rojo del bar, ella sonrió y le dijo que irían a ver al Maestro, algo que en su momento no dio crédito.
Él iba a alegar que tenía que tocar, entonces la miro de nuevo y sus ojos eran de color negro, él se sacudió y reprimió un grito.
-El Rey quiere verte, es tiempo de que lo conozcas—su rostro se transformó en un cráneo, ante su mirada atónita. El camino se hundió en las tinieblas.
Un campo de rosas roja, una casona incendiándose, una mujer vestida de rojo caminando por el campo, una mujer con el rostro de cráneo. La canción de alabanza en su cabeza, la gallina negra, el mismo sosteniendo su propia cabeza y mostrándosela con orgullo a su Señor.
¡Salve Qayin Rex!
¡Salve Qayin Rex!
¡Salve Qayin Rex!
Gritos de aclamación de sus adoradores, de los Poderosos Muertos a través de las entrañas del antiuniverso y el solo en la oscuridad.
-Escúchame Juan Fernando, para tener mi Marca debes seguir mi mandato—miraba a Qayin, su imagen se iba difumando por el humo del incienso, parecía borroso, un espectro flotando en la noche.
-Debes hacer siete sacrificios de sangre, siete hijos de Dios que ofrendes sus vidas y sus almas. Siete por cada una de las puertas del Reino de las Sombras—mientras iba hablando su apariencia iba transformándose, de un espectro blanco a un esqueleto con túnica negra, una corona de espinas en su cabeza, sosteniendo un tridente en una mano y una hoz en la otra, cambio a un esqueleto enorme cubierto con una capucha negra y una hoz en sus manos (una imagen que le recordó al icono de la banda Grave Digger), un esqueleto con dos cabezas y un esqueleto con ropajes de un rey montado sobre un caballo negro, para volver a su forma como el hombre albino.
-Pero debes saber que, si perdonas a uno, si sientes compasión, si tu corazón se ablanda entonces te condenaras ¿Está claro?
Juan Fernando lo miro de nuevo entre el miedo y la admiración, asintió con su cabeza estrechando la mano de Qayin, el cual se cortó la muñeca con su hoz derramando su sangre sobre la cabeza de su discípulo.
-Salve Qayin Rex—dijo Juan Fernando que abrió los ojos de golpe, agitado, miró a su alrededor encontrándose en la puerta de su casa, se levantó aturdido sosteniéndose de la reja y mirando el amanecer.
-Buenos días vecino ¿Estuvo dura la fiesta? —le pregunto don Mario que también estaba en la puerta de su casa con una playera de un partido político.
Juan Fernando le saludo y sacó la llave ¿Cuánto tiempo paso? Respiro hondo, reflexionó sobre todo lo ocurrido y sobre los siete sacrificios, la promesa que le hizo al Maestro y ahora estaba atado a ella, ahora solo quedaba avanzar.
Abrió la puerta, se encontró con Alejandra, por fin algo de normalidad pensó abriendo sus brazos y dirigiéndose a ella, pero su esposa le vio con una mirada de desprecio negándose a un abrazo y retirándose a su habitación, cerrando de golpe la puerta.
Ya no quedaba un hogar, ni la normalidad, solo quedaba seguir avanzando en el camino oscuro del Rey de los Muertos.
Siete víctimas, siete ofrendas, siete puertas, pensó mientras buscaba un vaso con agua y reflexionaba sobre todo lo ocurrido.