Había una vez un príncipe consentido, pero infeliz, el cual debía de casarse con una princesa caprichosa por acuerdo de sus padres, los ancianos reyes.
Antes de tal anunciada boda, el joven consorte se escapó hacia el pueblo, para vivir una noche entre los plebeyos, quedándose enamorado de una bruja, en un baile popular. La bruja y el joven hicieron el amor aquella noche. Pero el príncipe el confeso su tan triste tragedia y su próxima unión atroz. La bruja planeó una fuga entre ella y su amado, lejos de todo el reino y de toda obligación.
La muchedumbre, miserable y súbdita del rey, conspiro contra los amantes; pues siempre tuvieron envidia de la belleza y poder de la bruja. Acusaron ante el rey al príncipe. Ante dicha acusación, el rey, enfurecido, ordeno al pueblo colgar y quemar a la bruja. El príncipe, al ver a su amada arder, entro en la cólera, tristeza y dolor tan extremo que escapo al bosque y con el grimorio de su eterna amante, realizo un hechizo que lo transformó en un diabólico dragón púrpura.
El dragón esa misma noche prendió otra hoguera, quemo todo el reino, a los reyes y a las gentes de dicho páramo. Solo dejó intacto el palacio y el maldito oro de la dote con la princesa. El dragón, en venganza, secuestró a la princesa y la mantuvo cautiva por venganza. Como castigo de forzar el amor.
Esa es la razón por la que los dragones raptan princesas, custodian tesoros y queman príncipes, pues no vaya a volver a perderse el amor, por una falsa lealtad, o al menos eso es lo que los cuentos cuentan.
Hagen Negro
No hay comentarios.:
Publicar un comentario