Miró fijamente cómo su reflejo parecía ser arrastrado por la corriente, una brisa que susurraba su nombre le sacó del trance, miró a su alrededor buscando a quién dijo su nombre y solo encontró un venado en el otro lado de la corriente; fijó su mirada en los profundos ojos cafés de la bestia y se perdió en un trance de miradas.
Los ojos de Nayahuari decían tanto, había perdido el profundo brillo que tiene su gente en los ojos, como el de la obsidiana pulida. Tan profundo y penetrante, pero ya solo cenizos y obtusos, el venado parecía comprender a la mujer, bajó lentamente la cabeza con pesadez, casi de vergüenza, como quien ha sido víctima de un desprecio. La mujer vuelve la mirada a la copa de los árboles de la barranca, retrocede los pasos del acantilado, llena sus pulmones de aire, toma impulso y salta. Mientras caía cerró los ojos... Era su momento, se sintió diferente, no plena sino sin vacío, sintiendo el fresco de la brisa de la cascada.
El graznido del cuervo le hizo abrir los ojos y de un repentino estremecimiento despertó. Debajo de las ramas de un frondoso encino en el que estaba recostada. Sin mucha prisa y aún con menos ánimos se encaminó a su cueva.
Había algo que le impedía entrar, no era algo físico ni era miedo a la penumbra ni a lo que podría encontrar en ella, era más una pesadez, un desgano, se recostó a unos pasos de la entrada de la cueva como solo para refugiarse de la lluvia esperando hasta que llegara el sueño.
Rayanare empezó a rayar el firmamento, le sacó su letargo y con menos fuerza que ánimos se levantó para ir a buscar alimento, cosa que le parecía tediosa e innecesaria. En su bolso reunía bayas y demás frutas que iba encontrando a su paso, ralentizaba sus movimientos evidenciando su hastío, se acercó a un riachuelo a enjuagar su comida pero una baya cayó y se hundió en el riachuelo. Trató de encontrarla en el fondo sin éxito alguno, solo enturbiaba el agua. Sacó la mano y se puso esperar a que el fondo se limpiase, se quedó viendo su reflejo y como se iba dibujando más y más se subieron transfiriéndose en ese espejo de agua el fondo de su fondo de café claros y verdes oscuros Le restaban fidelidad al reflejo, aún así se alcanzaba a reconocer en la imagen que se dibujaba en el agua ella supo reconocer que había algo en su cara que retrataba su malestar sus ojos reflejaban una tristeza que no se puede llorar; un grito ahogado que no halla cómo salir, solo ella sabe de esa tristeza que nadie más alcanza a ver pero que tampoco le puede curar.
-Nayahuari, la voz le trajo de vuelta de su meditabundo- el Dios venado me dijo que estabas aquí y me mandó a llamar.
Nayahuari viéndolo sin mirarlo, y con desgano, hizo un gesto de aceptación.
-Ya el dios venado me contó que vio a Muraca, tu madre, saltar desde esta misma barranca.
-Lo sé, lo dijo en los sueños.
-Eso no debo pasar, El sucurame debió…
-El sucurame debió hacer, pero no hizo. Puedo curar tu frialdad de alma, evitar que la tristeza te coma el alma también; He vivido con este hueco en el pecho toda la vida, este hueco es algo que lo único que lo calma es el rebozo de lágrimas
-Deberías pedir ayuda a la diosa Luna para que borre tu tristeza.
Con desgano aceptó la encomienda
*****
La noche la profunda y los grillos alababan a la noche con su coro.
Nayahuari seguía el camino que lleva hasta la cumbre de Basaseachi. El fulgor de la luna le guiaba de manera protectora. Poco a poco el canto de los grillos era sofocado por el rumor de la cascada.
Desde la cumbre de la cascada se podía ver a la luna en todo su esplendor. Pareciera como si los cielos hubieran desnudado todos sus secretos para que el sucurame los interpretase y la luna se había acercado para consolar su tristeza.
-Recemos a la diosa Luna- dijo el sucurame y levantó las palmas hacia la luna como ofreciéndole su tristeza cual sacrificio.
Empezó:
Agua de río,
agua que corre,
arrastra su tristeza.
Luz de Luna,
luz que ilumina,
alumbra la negrura de su alma.
Nayahuari miraba fijamente a la luna como si en ella buscase un rostro que le consolase, sumida en su contemplativa interrogación a la luna se había creado una conexión críptica entre ambas.
El sucurame seguía en sus rezos y Nayahuari se perdía en la ambarina aura de la luna, no notaron la presencia del siervo que se acercó a observar el Rito.
A manera de hierofanía, Nayahuari vio en la luna a Muraca, en su rostro se veía la marca que deja la tristeza, la muerte del espíritu se adivinaba en sus ojos opacos y en su encorvada figura hablaban de un tormento que cargaba acuestas.
La mujer acariciaba a un cadáver amoratado, acariciaba con esmero, algo decía pero no podía escuchar. Su mirada se fijaba en los hinchados ojos del cadáver, en los que buscaba algún recuerdo de sí misma o de quien fue Temorachi y volteó a ver a Nayahuari descansando afuera de la cueva. La mirada, con lástima y compasión, sabía que la distancia que había entre ellas era la tristeza de la gran obscuridad que Temorachi había causado.
El alma penante del patriarca poco a poco iba mermando las fuerzas del espíritu de Temorachi, ahora lo entendía Nayahuari. Resolvió ir a la cascada para ver si así se desapegaba de ella y le ayudaba a enjuagarle la tristeza del pecho.
El sol estaba a nada de menguar totalmente pero la luna aún no se encontraba su esplendor. Remanentes de naranja y azul claro aún se encontraban en el cielo.
Muraca, en el borde de la cascada mojaba sus pies, mientras la corriente jugaba con ellos, se encontraba inmóvil, casi catatónica, solamente la corriente que movía sus pies sin consideración alguna provocaba algún movimiento a su cuerpo.
A lo lejos veía como un pequeño roedor era perseguido por una serpiente, las pequeñas patas de ratón hacían lo que podían para poder escapar de su depredador.
Vio como en el desespero, el ratón cayó de la barranca y como la serpiente paró antes de caer también.
Salió del agua y se acercó al barranco para ver si quedaba aquel pequeño ratón, pero no vio nada, solo vio un paisaje calmo cuya única violencia era la fuerza con la que caía el agua de la cascada, contrastaba con la tranquilidad del río en el que desembocaba, "quizás", pensó: "quizás ahí quedó el ratón". No había rastro de él, solo la caótica calma del bosque.
Sin inmutarse, Muraca tomó impulso y saltó. Su cuerpo se perdía entre la espesura de las ramas de los árboles, un venado que cruzaba por la corriente del río saco a Nayahuari de su trance, miró a su alrededor buscando al sucurame pero no veía a nadie. Reconoció el lugar donde estaba. Era el mismo en el que sucedió su visión. Se acercó al borde solo veía tranquila espesura de la copa de los árboles.
Creyó escuchar la voz de Muraca llamándole en el susurro del viento, ella sabía bien que no era real.
Pero dentro de ella deseaba que si lo fuese.
Tomó impulso y saltó. Mientras caía cerró los ojos con fuerza apretó los brazos contra su cuerpo, por fin se sentía plena. Pequeñas gotas de agua refrescaban su rostro, la brisa que le abrazaba tempestuosamente, se perdía ese sentimiento de vacío. La luna le había devuelto el alma. Sabía que lo que le pasó a Muraca era lo que necesitaba.
La cascada iba limpiando la oscuridad de su alma, se sentía feliz, tan llena de vida, tan plena.
La tozuda calma del río lavó la tristeza de Nayahuari.
Y a ella de este plano.
eeriernst
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