-¡No grites o te la meto por el culo, pequeña puta!
Una chica joven de pelo negro, acomodado en un chongo descuidado, salvajemente retorcido por encima de su pequeño cráneo, estaba puesta en cuatro, con sus vivarachas y juveniles nalgas rotando alrededor en un primitivo gesto de estar en celo mientras el teniente embestía su verga dentro de sus resbalosos genitales en mesuradas y energéticas acometidas. A la amenaza del teniente le siguieron gruñidos animalescos que se volvieron un sonido bajo, como de siseo, no muy diferente al de una cobra enfurecida lista para atacar.
El teniente estaba asistiendo a una de las conferencias organizadas por las figuras de la elite política dentro de la Organización, que fueron sostenidas en una base secreta, compuesta de un vasto número de edificios de acero corrugado unidos por corredores, y que contenían varios salones de reunión, habitaciones residenciales y oficinas; en una de las segundas fue en la que el teniente y la hija de una figura militar de alto rango de la Organización se encontraban.
El sitio de su concubinato y mutua lujuria estaba adornado con todas las amenidades básicas para los miembros de enlace organizacional visitantes del extranjero. Una cajonera, una cama de tamaño variable dependiendo de la disponibilidad y algunas mesas y sillas era lo que equipaban una habitación de tamaño medio, alumbrada por lámparas de aceite presurizado del mismo tipo que usaban los antiquísimos Amish durante la época previa a las guerras.
Las tetas de ella, pequeños cual piquetes de abeja, se balanceaban caóticamente mientras el teniente barrenaba a su nocturna amante con esquizofrénico abandono. Los ojos de ella salvajemente se giraban hacia atrás de su cabeza mientras la saliva goteaba por el bigote de manubrio de él, cayendo en los alzados glúteos de la mujer para después derramarse en pequeños charcos sobre las sábanas de un sucio color beige, que cubrían el dilapidado colchón sobre el que realizaban sus pasatiempos maritales.
La carne del teniente estaba estropeada con diversas heridas, infringidas por el enemigo y por sí mismo, rindiendo testamento del atroz estado mental que el teniente, uno de los altos mandos de la Organización, blandía con un inflado y desvergonzado ego. En un grupo en el que la locura es un sello de distinción, el teniente estaba extremadamente distinguido ante cualquiera.
Aunado a los signos evidentes de laceraciones por navajas, cuchillos de combate y otras herramientas afiladas de propósito similar, el cuadro de aspecto sádico del teniente también llevaba cicatrices de numerosas heridas por disparo de arma de fuego con varios años de antigüedad. Sobrevivir a las heridas por disparo en la época posterior a la guerra era extremadamente raro, pues la medicina en general estaba en declive y aquellos que eran educados en los cuestionables centros de entrenamiento medico manejados por la Organización tenían prioridades muy distintas a tener médicos como los de la era anterior. La manufactura de estimulantes utilizados para incrementar la propensión a la violencia y la resistencia en el campo de batalla, así como sueros de la verdad para los interrogatorios y armas experimentales tanto químicas como biológicas y sus métodos de aplicación eran la principal prioridad para cualquiera que tuviera entrenamiento médico o conocimiento científico.
Ocultas muy dentro del monolítico complejo de edificios de acero sin ventanas al exterior, las áreas residenciales para los visitantes eran infames por estar muy encerradas y sin aire. Esto hizo que los esfuerzos en el coito del teniente se pronunciaran aún más, como evidenciaba el hecho de que ambos, tanto él como la chica se encontraban empapados de sudor.
El teniente masajeó las nalgas de la chica, ya humedecidas con la transpiración y su propia saliva, que caía de su boca involuntariamente en grotescos riachuelos mientras contemplaba la belleza de su pálida y perfecta piel, contrastante con su cabello negro como la noche. Ahora encarando directamente hacia la cabecera, los ojos azules cual océanos de la chica observaban desde negros y profundos aros negros, pintados con sombra de ojos casera hecha de hollín y grasa de cerdo salvaje, obtenidas de su cocina en casa. Su padre, un oficial en el negocio clandestino de armamento, era un deportista empedernido y los jabalíes seguían proliferando, al tener complexiones fuertes y probando ser altamente adaptables a los ambientes post-nucleares, floreciendo mientras la tierra comenzaba a reforestarse a sí misma, proveyendo de amplios hábitats ideales para las acolmilladas bestias.
La chica giró la cabeza, mirando hacia atrás donde estaba el teniente y sustrayendo brevemente su atención de las volteadas curvaturas de su delicioso derriere, expuesto por completo mientras él seguía embistiendo su húmeda vagina. Ella lo miró con una petulante gesto, extendiendo su labio inferior y abriendo aún más sus ojos en fingida inocencia.
-No creo que lo haga, teniente - ¡Puras amenazas!
-¿Puras amenazas dices? ¡Vas a ver!
Los ojos del teniente también se abrieron más, no en fingida inocencia sino en creciente asombro por qué tan excitado lo estaba poniendo. Ella estaba presionando todos los botones correctos. Habían estado cogiendo desde la segunda noche de la conferencia y ahora, cuatro días después, era la penúltima noche antes de que los delegados regresaran a sus adscripciones en cualquier lugar de los abandonados territorios del sur ahora controlados por la Organización.
El teniente lentamente insertó un dedo humedecido en el trasero de la chica, deslizándolo adelante y atrás, ampliándolo de forma breve para la sodomía venidera. La chica gimió de forma leve y baja con deleite y su rostro comenzó a estremecerse en perversa premeditación de lo que estaba por pasar. No es que ese movimiento en nombre del teniente le resultara sorprendente.
Los anticonceptivos manufacturados ya no existían, toda la industria estaba estrictamente basada alrededor de las necesidades militares y no los deseos del consumidor. Tanto el personal enlistado como los miembros no castrenses del populacho fueron alentados a aplicar métodos más creativos para prevenir embarazos no planeados. El teniente continuó masajeando y después sacó su rígido miembro de la hendidura de ella, insertándolo entre sus nalgas. La chica, ahora completamente entregada al ritmo de las cosas, se dio rienda suelta con un gruñido de excitación mientas ambos acababan al estilo de las cortesanas griegas.
Después del hecho, se vistieron y vieron la hora, dándose cuenta que era lo suficientemente tarde en la noche y el resto de funciones posteriores a la sesión programadas para el personal asistente ya tenía tiempo que habían pasado, a menos que quisieran beber un pudre-tripas junto a los diversos maestros de instrucción y personal especializado de Inteligencia, alrededor de los bidones de basura en llamas que estaban en el patio a cielo abierto al centro del complejo.
Dado que ellos ya habían disfrutado considerablemente esta noche, decidieron que esta vez evitarían buscar otras compañías y en vez de eso disfrutarían a solas su última noche juntos en los confines de la habitación. El teniente tenía una botella de licor que era mucho mejor que el pudre-tripas que lo rangos menores bebían y algunos puros que le habían regalado tras una campaña militar cerca de las regiones costeras y que el pretendía disfrutar con alguna bella chica y no con la plebe. Esta chica en particular era un placer y una lección en contraste; él podría asociarse con los soldados de choque y con los tipos espantosos de Seguridad Interna en cualquier momento y, usualmente debido a su profesión, la convivencia era más frecuente de lo que él podría desear.
La pareja estaba ahora sentada en una de las mesas bajas en la esquina de la habitación, estudiando sus rostros entre sí mientras el teniente vertía una porción de líquido marrón con fuerte aroma en unos vasos metálicos, pasándole uno a ella junto con un puro con esencia a anís, parte de la misma reserva que uno de sus subordinados le había entregado durante la campaña en el este, luego de encontrarla, naturalmente humidificada en una bodega, en casa de una de las varias familias que había masacrado, exterminando a una persona por cada edicto de la Organización en relación a las personas que habitaban esa región en particular. La chica, ahora ataviada en su uniforme negro hecho a la medida, encendió una pequeña yesca en una de las lámparas de gas y a dar largas bocanadas, haciendo que la brasa al final del cigarro pulsara y mandara grandes olas de humo blanco alrededor de su faz.
-¿Volverá al Cuartel General cuando termine aquí, teniente?
Incluso con sus actividades previas a cuestas, se reanudó cierto grado pronunciado de formalidad tan pronto el sexo acabó. El teniente, aunque técnicamente de menor rango que algunos de sus compañeros, era indiscutiblemente uno de los favoritos del Comandante. El rango bajo era solo un tecnicismo, parte del juego político que a veces capturaba miradas al interior de la Organización, haciendo al teniente un objetivo para algunos sectores debido a su indisimulada psicosis e inhabilidad para jugar correctamente en equipo, según haya sido el caso. Así pues, noventa y nueve por ciento de los altos mandos del grupo evitan bajo cualquier circunstancia meterse con él. Su violencia y locura eran espejo de la violencia y locura del Comandante, una similitud que era bien notada por el mismo. Al interior de la Organización el cometer una ofensa contra uno de los favoritos del Comandante era equivalente a cometer una afrenta personal contra los honorables pies del Comandante en persona, un acto considerado por nadie, salvo por aquellos que ansiosamente busquen una muerte lenta y dolorosa. Aquellos que han sido tan temerarios para cometer la segunda por lo general lo hicieron sin saberlo y después de tal error, en un mundo militarizado y regido por una altamente sofisticada pero no escrita etiqueta, han sido rápidamente despachados, desapareciendo inmediatamente en los infiernos del departamento de Seguridad Interna, frecuentemente sin ni siquiera entender la razón por la cual han sido arruinados. Para la chica, el concubinato momentáneo con el teniente no solamente era placentero, era un honor, y particularmente para un operativo de la Organización enfocado a su carrera como ella, era un portal potencial para mejores cosas – o peores – dependiendo la perspectiva de cada quien. Ella se consideraba a sí misma como una psicótica nata, y le apetecía un compañero con quien pudiera prosperar en un desafiante mundo, basado en juegos siempre peligrosos de superación, compitiendo entre rabiosas bestias con rostros humanos.
-No esta vez, Nadezhda.
Nadezhda se estremeció por dentro, pues era la primera vez que el la llamaba por su nombre. Hasta donde le concernía a Nadezhda, ella sabía que era mejor no preguntarle el suyo. Nadie sabía el nombre del teniente y nunca nadie lo preguntó, pues todos le conocían simplemente como el teniente, era una práctica de anonimato que se aplicaba entre el personal más importante el solo referirse a ellos por su rango, incluso en los documentos de Organización interna. Hubo varios rumores dentro de la Organización con respecto a cómo esta práctica se aplicó específicamente al teniente y también el porqué no había sido promovido a un rango mayor. Algunos dicen que cuando el recibió originalmente el rango de teniente se enloqueció y asesinó a varios hombres de su unidad, no porque hubiera alguna enemistad racionalmente entendible entre ellos, sino como una muy violenta y fratricida celebración por su ascenso, la dicha de él – la pena de ellos. Los que más sabían al respecto de los eventos alrededor del incidente creen que el Comandante mismo fue directamente responsable del ascenso del teniente y envió un mensaje personal secreto por medio de un mensajero del Cuartel General, informándole los nombres de varios individuos de su unidad cuyas ejecuciones inmediatas le eran personalmente encargadas, junto con instrucciones detalladas de cómo y dónde llevar a cabo la acción. La oportunidad de cometer un baño de sangre inusual, mayor y extraordinario era la recompensa personal del Comandante al teniente por su ascenso y el hecho de que las ordenes habían sido personalmente emitidas aseguraban un espiral creciente de júbilo para el teniente y en la ferocidad y detalle con el que cumplió sus órdenes. Con ese acto, los enemigos del Comandante habían sido ejecutados tal y como se necesitaba, el teniente siempre se había cimentado como lealista, y, debido a la oscuridad alrededor del incidente, nació una leyenda con respecto a sus excesos.
Nadezhda asintió con la cabeza, le dio un trago grande a su vaso y una bocanada profunda a su puro. Sabía que era mejor no pedir detalles si no se los ofrecían. Si él estaba a punto de irse a una misión en campo eso no era su asunto. La discreción era la sangre vital de la Organización, sin la importancia de la secrecía corriendo abundantemente en su circulación, la Organización se colapsaría. Ese había sido el destino de los menos brutales y menormente malévolos grupos paramilitares posteriores a la guerra nuclear, que se habían levantado en disputas durante y después del invierno nuclear. Como siempre, eran ideas viejas, pensamiento obsoleto y una tendencia a mirar hacia atrás, a una percibida era dorada de “ética” que significó el fallecimiento de dichos grupos. Las leyes de supervivencia no dependían en que tan bien uno cultivara una atmosfera de civilidad en medio del caos y hasta donde respectaba a los miembros de la Organización, la civilidad dentro del caos era una aberración y una imposibilidad, bastante digna de ser aplastada con extremo prejuicio. Lo que la gente realmente codiciaba era el orden y no hay mejor orden que la dictadura, que era exactamente lo que la Organización ofreció.
Nadezhda había crecido firme en el seno de la Organización e incluso había sido procurada desde niña por el Comandante mismo, aunque era demasiado joven para recordarlo, en aquellos días en que el Comandante era visto más frecuentemente entre los altos mandos y no como en el presente, en que está envuelto en una casi completa obscuridad. El padre de Nadezhda era un apalancado dentro de la Organización hasta el día de hoy y especialmente en los años en que la Organización pasaba su etapa formativa de consolidar su poder y autoridad. Su padre y su abuelo habían sido armeros profesionales y aficionados al uso del torno antes de las guerras, su elección de profesión sin duda era testamento al hecho de que podía ver y entender el panorama mientas la escena geopolítica se sacudía hacia el punto de ebullición que causó que la muerte nuclear se apoderara de todo, obliterando incontables números de habitantes terrestres. Sus habilidades fueron heredadas a su hijo a muy temprana edad y el padre de Nadezhda había probado ser un prodigio en el campo de la manufactura y mantenimiento de una amplia variedad de armas pequeñas. Viniendo de un área conocida en tiempos pasados como “la fundición” debido a la proliferación de la industria, el padre de Nadezhda había migrado al sur, lejos de las grandes áreas metropolitanas en el horrendo y aún cercano periodo de varias décadas de invierno nuclear, pero no antes de robarse una significativa cantidad de equipo de los edificios gubernamentales en su viaje a través del norte de Virginia, famosa por sus instalaciones militares y su cultura de armas arraigada hasta la médula.
Tan pronto llegó al profundo sur, se relacionó con la Organización, que prontamente ya tenía la alfombra roja desenrollada para alguien con su considerable conocimiento y habilidad mecánica, sin mencionar el hecho de que había llegado al clima sureño tanto con amplios suministros de equipos para manufacturar armamento y con un arsenal personal considerable, que gustoso donó a la Organización a cambio de tener garantizada la seguridad vitalicia y a tener trabajo en pro de la misión de la Organización. Fue suministrado con una vivienda residencial decente para él y su hija, pues su esposa había muerto debido a la exposición a la radiación poco después del nacimiento de la niña en su viaje al sur, el oficial de armamento se estableció cerca del Cuartel General de la Organización, con todo un equipo de trabajo y con instalaciones para trabajar y emprender el negocio de fabricar los tan codiciados instrumentos de muerte, esenciales para mantener los actuales territorios de la Organización y para expandirlos hacia zonas inexploradas donde se dice que la vida es más impredecible y llena de peligros.
Algunos de los primeros recuerdos de Nadezhda fueron aprendiendo a leer en un enorme cubículo de cristal, que antiguamente se utilizaba como cabina de vigilancia en la fábrica de enlatados abandonada que ahora servía como la principal fábrica de armamento de la Organización, situada muy dentro del bosque, a unas cuantas millas al suroeste del Cuartel General; el sitio estaba fuertemente custodiado tanto por contingentes de soldados de choque, equipos de vigilancia y por la misma discreción del lugar. Una vez fue readaptada como fábrica de armas, las extrañas dimensiones de la cabina de vigilancia dentro del mismo edificio parecían casi cómicas en comparación a las pesadillas enmascaradas de negro que portaban ametralladoras y recorrían el techo, el perímetro y áreas circundantes a todas horas, por lo que le dejaron a Nadezhda esta vivienda diurna, de forma que su padre pudiera supervisarla de cerca, fácilmente visible a través del plexiglás, mientras pasaba por el gran hangar, solucionaba problemas y asesoraba a los trabajadores en los puntos más finos del oficio de la armería.
El teniente fumó de su cigarro, inhalando profundamente y exhalando a través de su nariz en una gran corriente de humo que lo hacía parecer algún tipo de bestia con aliento de fuego, mientras Nadezhda lo estudiaba al otro lado de la mesa. Ella sentía atracción hacia el teniente desde temprana edad, habiendo escuchado varias de sus hazañas mientras convivía con sus compañeros de escuela en la academia de los Cuerpos Juveniles. Varias de las chicas se quedaban alrededor de los vestíbulos de las oficinas administrativas adornados con carteles donde salían varios de los mandos militares y oficiales que habían recibido medallas y otros honores diversos debido a la severidad de su represión contra los opositores en el campo de batalla. Mientras sus compañeras favorecían al mariscal de campo casi al unísono, ella siempre prefirió al teniente. Mientras que el mariscal de campo apelaba a los jóvenes como una figura sádica y de alguna forma paternal, similar a la de un abuelo, el teniente era puro castigo, todo el tiempo, impredecible, privilegiado bajo la sombrilla que representaba el favor del Comandante y siempre horrido en ejecución. Esta afición a los extremos la ponían en buenos términos con varios de los más brutales elementos en la academia, incluyendo varios de los chicos, con quienes marchitó las horas practicando maniobras de emboscada y técnicas de interrogatorio mucho después de que las sesiones de entrenamiento diario obligatorio terminaran.
Ahora ella estaba sentada frente a él, tras mutuamente disfrutarse de forma conyugal por varias noches, aunque realmente hablando muy poco sobre asuntos serios hasta ahora. A causa de estar sentada por horas de tediosas lecciones de programación durante el dia en la conferencia, Nadezhda, como la mayoría de los demás asistentes, estaba mental y físicamente exhausta al final del día.
Excepto por aquellos que habitaban perpetuamente en la “habitación situacional” (mariscales de campo, generales y otros tomadores de decisiones en el teatro de guerra), cuyas posiciones exigían su atención continua hasta bien entrada la noche, la mayoría del resto de asistentes ansiaban algún tipo de distracción en la noche.
Destruirse con el licor traído por los asistentes, discutir eventos en amplias mesas de comida (siendo la carne fresca, cazada con armas de fuego, un bienvenido manjar, especialmente para aquellos del Cuartel General que subsistían la mayor parte del tiempo con extrañas sustancias mezcladas con fármacos, que les permitían mantenerse en pie más allá del punto en que, bajo circunstancias naturales ya se habrían desmayado) o, para los solitarios, atrincherarse en sus cuartos residenciales con algunas revistas de propaganda o simplemente sus propias mentes paranoicas y oscuras.
El teniente se sirvió otra copa de licor y dio un trago grande mientras mantenía sus ojos aburridamente mirando a los de Nadezhda.
-Así que, asumo volverás al Cuartel General pronto, ¿No?
-Es correcto, teniente.
Ella estaba complacida con la pregunta, pero no lo mostró, manteniendo monótono y sin inflexión alguna el timbre de su voz. No tenía intención de mostrar sus cartas o cualquier ápice de vulnerabilidad ante sus atenciones hasta que pudiera cerciorarse mejor de la situación. Tras tantos años de escuchar los relatos sobre el teniente, saltando de la amigabilidad a la crueldad en fracciones de segundo y también estando bien consciente de su tendencia a la violación y asesinato de sus amantes previas, o a presentar una oblicua acusación falsa que, debido a su rango, aseguraría una súbita extracción, ella quería seguir disfrutando su lado bueno.
-Exactamente... ¿En qué trabajas?
-Codificadora y análisis de inteligencia, administración de Seguridad Interna.
El teniente dio otra fumada a su puro, ya consumido hasta su final, y lo apagó en el cenicero, su bigote temblaba ligeramente por la tensión puesta en la exhalación.
-¿Qué es lo que idealmente te gustaría estar haciendo para la Organización, Nadezhda?
Llegó tan bruscamente que la tomó por sorpresa. Su respuesta a esta pregunta podría tomar varios caminos posibles dependiendo del humor de él y de sus bajas intenciones al preguntar tal cuestión. Podría ser simplemente por sacar la plática o incluso ser una provocación para que ella revelara sus ambiciones, o podría ser algo completamente distinto. En vez de irse por las ramas, Nadezhda decidió responder honestamente.
-Me gustaría trabajar para el Centro de Tortura y Encarcelamiento en la Seguridad Interna del Cuartel General.
El teniente estaba impresionado y complacido por su proclividad para trabajar en lo que se consideraba un trabajo sucio incluso dentro de los sádicos confines de la vida organizacional. La Seguridad Interna eran parías en todo caso, aunque fueran la operación favorita del Comandante, y el Centro de Tortura, albergado en un edificio aparte, adjunto al Centro de Indagación, era el colmo de la maldad, la joya de la corona con respecto al abuso de los derechos humanos para los subversivos internos y los espías de alto nivel, así como para los sospechosos de espionaje. Al haber trabajado en análisis de inteligencia y de elementos sospechosos en su propia Organización, pensar que podría querer avanzar de apuntalar investigaciones a expandirlas a través del interrogatorio parecía un progreso lógico desde su aventajada posición.
-¿Has pedido tu traslado?
-Lo he intentado en el pasado, pero Seguridad Interna dijo que dependían de mi para decodificar y para las actividades relacionadas a ello, y que ya hay individuos más calificados en la fila para los puestos en el Centro de Tortura.
El teniente resopló con disgusto, sin duda los superiores de ella se referían al personal de las unidades de choque y a los guardias de los campos de concentración militar. Instantáneamente discrepó con su decisión – una femme fatale con lazos profundamente arraigados a un trasfondo de armeros y con un empleo presente en análisis de inteligencia era exactamente lo que el Centro de Tortura necesitaba para añadir una capa de sofisticación a sus horripilantes tareas. Intentaría hacer algo al respecto.
-Pide y se te dará, Nadezhda. ¿Quieres el rango de agente, verdad?
Nadezhda no se pausó antes de responder.
-Agente especial a cargo.
El teniente no mostró reacción alguna, pero Nadezhda pareció detectar el más ligero atisbo de sonrisa en sus comisuras. Ella alcanzó la botella y se sirvió otro vaso, lo llevó a sus labios y consumió la mayoría en un solo trago. Ambos estaban bien encaminados a miarse de borrachos y ella estaba disfrutando hasta el límite, tanto por la intoxicación como por el interesante giro de los eventos que su discusión post-coital había adoptado casi inmediatamente.
-Bueno oficial, voy a ver qué puedo hacer, de hecho haré más que eso. Me sorprende sin embargo que quieras quedarte en el Cuartel General, la mayoría del equipo del cuartel siempre están listos para salir y ver el resto del mundo exterior – ver lo que la Organización hace en el campo, cazar un poco…
Los ojos del teniente brillaron ligeramente y pudo sentir como empezaba a salivar, considerando el exquisito sabor tanto de la carne animal como la carne humana.
Después de las guerras nucleares, la carne es carne y a juzgar por como ha progresado con los años, el canibalismo era una tendencia destinada a acelerarse. Una presa fresca siempre sabía mejor que comerse a un cadáver enfermo o deshidratado en el complejo, que era la única proteína disponible en el Cuartel General a menos que una persona quisiera salirse de su camino y arriesgarse a una potencial respuesta punitiva – también eso pasaba a veces.
-Tómate otra bebida, A.E.C.
El teniente se sonrió discerniblemente esta vez y llevó su mano al bolsillo de su chamarra negra, sacando una pequeña cartera y de ella una tarjeta de presentación personal, adornada con una insignia propia e información de contacto de su secretaría de enlace en la base del Cuartel General. La insignia personal, de ningún grupo perteneciente a alguna subsección de la Organización como inteligencia, Seguridad Interna o las tropas de choque, era una distinción particularmente significativa, pues indicaba que él no pertenecía a ninguno de los sectores conocidos de la Organización. Algunos especulaban que el teniente era parte de un grupo secreto que se reportaba mediante emisarios directos con el Comandante y se ocupaban de trabajos secretos. El uniforme del teniente solamente mostraba una insignia de la Organización y ninguna otra marca que pudiera designarlo, como cualquier puesto, desde seguridad de construcción en el área de armamento hasta interrogador en Inteligencia. Sacó una pequeña pluma fuente del otro bolsillo, una variante a prueba de agua dada al personal de la Organización, y escribió varias líneas al reverso de la tarjeta antes de reenvainar la pluma y entregarle la tarjeta a Nadezhda.
Nadezhda tomó la tarjeta y la giró. Las palabras escritas al reverso de la tarjeta no tenían significado alguno para ella, una serie de varias palabras sin relación entre si y seguidas por una sucesión de números. Su entrenamiento de rompecódigos empezó a surtir efecto pero ella no fue capaz de determinar fácilmente la naturaleza del código.
-Ni te molestes, Nadezhda.
El teniente la miró con una expresión abstraída.
-No vas a poder romper ese código, aunque siéntete libre de intentarlo después, cuando regreses a tu habitación. No lo hagas demasiado bien o nunca te van a dejar irte de la oficina de códigos.
Nadezhda devolvió la sonrisa y guardó la tarjeta en su bolsillo. Ella tendría que tener fe en la buena voluntad del teniente, aunque ella ciertamente intentaría decodificar el mensaje antes de que retirarse por la noche y ciertamente antes de entregarla a quien fuera. Las cifras al reverso de la tarjeta bien podrían estar instruyendo a que la persona que entregara la tarjera fuera ejecutada o encarcelada, o bien podrían ser instrucciones para su asignación.
-Entrégale esa tarjeta al secretario de administración de Seguridad Interna, no a tu jefe directo en Seguridad Interna. Mejor aún, déjala en el buzón nocturno, de esa manera no tendrás que lidiar directamente con nadie. Tan pronto la persona que debe ver el mensaje tenga la tarjeta, verás que todo se va a acomodar como se debe.
Nadezhda logró expresar una ligera sonrisa, aunque la paranoia concerniente a las potenciales intenciones del teniente la incomodaba. Si era promovida al Centro de Tortura, y nada menos que en el extraordinariamente influyente puesto de A.E.C. sin tener que empezar desde abajo a la manera tradicional como empleada, luego ascender a agente, agente especial supervisor, etc. Entonces su sueño se volvería realidad. Si había algo más escrito al reverso de la tarjeta, bueno, ella prefería no pensar en ello esta vez. Se sirvió otra bebida y dio un trago largo para endurecer sus nervios. Ella se estaba cogiendo al teniente, estaba ebria con un alcohol particularmente potente de buena calidad y parecía que podría estar a cargo de su propia cámara del horror en el calabozo moderno que era el Centro de Tortura. La vida era buena. Aparentemente el teniente estaba complacido con ella hasta ese momento, pretendía cerciorarse de tener algo seguro de su lado.
Terminando su bebida y estando de pie, cruzó sus brazos sobre su pecho, observando al teniente, la cara de él ahora estaba sonrojada, rubicunda a causa de la intoxicación, mientras la atmósfera en el cuarto cerrado comenzaba a sobrecalentarse.
La habitación era del teniente – ella estaba encuartelada en otra a varios corredores de distancia y fuera de dormir, apenas y la había ocupado durante su estancia en la conferencia, pues tras las reuniones había pasado la mayor parte del tiempo con el teniente en su alcoba, tiempo en el que ella pudo ir conociendo el terreno. Caminó hacia una cajonera y de entre varias camisas sacó un trozo enrollado de cuero.
Lo tomó y desplegó en su anoréxicamente pequeña mano derecha, el objeto parecía ser un cinturón de utilidades para misiones en campo, más robusto que los que usualmente se utilizan en las conferencias. Era grueso, negro y bastante pulido, aún olía al animal del que estaba hecho.
-Querido teniente, has puesto mucha confianza en mí con este súbito ascenso, me alegra que nos estemos causando una fuerte impresión mutua. Pienso que quizá debas darme una advertencia sobre cómo es la vida en el Centro de Tortura. Siendo recomendada por tí, quiero asegurarme de que plenamente confíes en que estás mandando un recurso humano bien disciplinado.
Nadezhda caminó hacia donde estaba sentado el teniente y dejó el cinturón en la mesa frente a él antes de deslizarse sobre sus rodillas y comenzar a mordisquear el brazo del teniente. El teniente se la sacudió, derribándola sorprendida al piso, antes de tomar el último trago de licor de su vaso. Se puso de pie, accidentalmente tirando la silla mientras agarraba el cinturón de cuero, enrollando un extremo a una mano y golpeando el denso cuero con la otra.
-Inclínate sobre la cama, mi mascotita, para que pueda ver exactamente de lo que estás hecha.
Nadezhda obedeció inmediatamente...
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