lunes, 26 de septiembre de 2022

El indigenismo y Antonin Artaud. Por H.T. (Antaño Hypnos Phobos)

El arcano veintidós 

El teatro ha sido, al menos en México, un arte incomprendido, nunca ha habido una cultura teatral, exceptuando los pocos que lo frecuentan. La muerte del teatro se efectuó en el siglo pasado, con el nacimiento de aquel hijo que mata al padre para superarlo, el cine. Desde mediados del siglo pasado el teatro ha estado intentando copiar al cine en todos los aspectos ya sean taquilleros, faranduleros y de entretenimiento rápido para consumir rápidamente. 

En cuanto a genios de los diferentes géneros literarios, el mexicano ha estado más entusiasmado por la obra poética, por la novela y el cuento que por el teatro, el guion y la puesta en escena.

Bien lo dice don Rubén Salazar Mallen en su ensayo Tres temas de literatura mexicana comentando sobre la poca madurez de autores mexicanos para la creación de personajes fuertes y su puesta en escena:

«Las posibilidades del teatro son, por tanto, harto escasas en México. Y el hecho de que las obras teatrales mexicanas apenas consigan relieve, no debe de extrañar, ni tampoco el de que el teatro extranjero merezca tanta atención y sea tan estimado.»

He estado interesando en el teatro, la verdad leyendo poco, casi nada, solo viendo su historia y ciertas obras. Pero entre esfinges de dramaturgos, que vienen directamente de una tradición ya sea europea o asiática, uno resalta como estrella fugaz: Antonin Artaud.

Nacido Antoine Marie Joseph Artaud en el año de 1896 en Marsella, Francia, fue uno de los más grandes dramaturgos, poetas, surrealistas y artistas que han salido de Europa. Enfermo con una sífilis hereditaria y contrayendo meningitis a la edad de cinco años, la locura y la niebla mental le acompañaron toda la vida, siempre siendo el pánico y la paranoia los compañeros de su psique.

En 1905 muere su hermana, después a los dieciséis años tuvo su primer ataque depresivo, cosa que lo acercaría violentamente a la religión, en el que estuvo hondeando toda su vida, siendo el más fiero ateo y el más grande amante del catolicismo. 

En 1920 se muda a Paris y empieza a dedicar su vida a la escritura y la actuación, actuando en pequeños roles de películas como en “Graziella” de Marcel Vandal (1926), la inacabada “Napoleón” de Abel Gance (1927) y “La pasión de Juana de Arco” de Carl Theodor Dreyer (1928). También forma parte de los primeros surrealistas y exiliados del movimiento por André Breton, quien eventualmente correría a todos (véase también las riñas con el divino Dalí), la razón era por ser abiertamente anticomunista.

Antonin Artaud en Napoleon de Abel Gance (1927)

Terminando los furiosos y locos años veinte con un par de obras que puestas en escena fracasan, entre ellas su obra «La conquista de México» de la cual habla en el segundo manifiesto del teatro de la crueldad, en 1936 Artaud es animado por las culturas solares indias, la violencia y el espíritu mágico para hacer un peregrinaje a México.

Es en esta estadía breve pero significativa que se relaciona con pintores, muralistas, escultores y figuras culturales mexicanas como Federico Cantú, María Izquierdo con la que tiene una fugaz relación y Luis Ortiz Monasterio.

Estos junto con Jaime Torres Bodet (quien también le ayudo a gestionar su viaje directo al país) son los principales que le consiguen entrada y el poder dar conferencias en el Colegio de San Idelfonso. Se sabe muy bien que estas conferencias no estaban alineadas con el nacionalismo postrevolucionario que se vivía en la presidencia cardenista, mucho menos con el ambiente marxista que la juventud artística sostenía, su exilio en 1927 del movimiento surrealista por su oposición al marxismo era bien sabido por lo que sus conferencias no tuvieron gran impacto en los círculos artísticos bien pensantes.

Artaud tenía una cierto deseo, deseaba estar en una civilización totalmente desconocida para Europa, aquella que matara los impulsos racionalistas del hombre, que dejara que sus huesos, que su tierra y sangre le llevaran a su destino, en cierto sentido la encontró, pero no en las colonias urbanitas de las ciudades mexicanas las cuales catalogo como estando en un «terremoto constante», sino en la sierra tarahumara.

Lo sagrado y el viaje

El peyote tarda aproximadamente de 15 a 20 años en madurar completamente, el pueblo rarámuri-tarahumara lo ocupa pocas veces; los chamanes sukurúame son médicos, brujos y enviados espirituales para mantener el orden tradicional en todas las ceremonias, ellos son los únicos que saben sobre la colecta de peyote, su almacenamiento y sus propiedades curativas.

La principal ceremonia que hace uso del peyote es la danza Tutuguri, el canto del búho, en esta se viaja, lejos de la sierra, hasta los desiertos bastos, el canto del Hikuri, el espíritu del peyote impartido por el padre Sol es escuchado por los sukurúame quienes van hacia el canto. Una vez recolectado el sagrado fruto hacen el viaje de regreso a la sierra para seguir el rito. Al principio Artaud queda fascinado por la metafísica de las culturas indias, la historia de los aztecas-mexicas, su viaje del mítico Aztlán hasta la tierra de interminables terremotos, gusto que compartía con su paisano y compañero surrealista, Georges Bataille, pero también comprendiendo que ya casi no existía esta metafísica india.

Tribu rarámuri

Artaud emprendió así, acompañado de un mestizo que fungiría de traductor, el viaje hacia Chihuahua en tren, habiendo terminado sus conferencias y aventado por un impulso al misterio y el observar a una cultura la cual no había sido contagiada por las iglesias ni por el «evangelio de Marx» como él lo ponía.

Se especula que a mediados de agosto partió hacia Chihuahua, regresando a la ciudad de México en los primeros días de octubre. Fuera como fuera, Artaud llego a Chihuahua y paso 35 días dentro del corazón de la sierra Tarahumara. Donde se le vendría su mayor aventura que tuvo en México.

El apenas recordaba que iba como embajador, función que fungía mientras le acercara a la vida de los indios, sus principales desventajas eran su pobre dominio del español; para este punto del viaje tendría siete meses en el país pero como bien dice Luis Mario Schneider en su estudio inicial de Viaje al país de los tarahumara: «el trato diario de la lengua, le había permitido algún conocimiento para comunicarse con lo más elemental, pero no para descubrir las esencias de una cultura.», y la desconfianza natural que las tribus llegarían a tener hacia Artaud. Pero el espíritu vitalista enfermizo de Artaud seguiría su voluntad, continuaba con su viaje, profundo en la sierra, donde paso la mayoría de sus 35 días, incluso pasando su cumpleaños número 40 entre los indios.

Las dos epifanías y el sol negro

En su brevísimo tiempo en el que estuvo en la sierra, Artaud sufrió de dos revelaciones que le marcarían toda la vida, en su tiempo en los sanatorios mentales, principalmente en Rodez, durante toda la segunda guerra mundial tuvo presente el tiempo que estuvo con los Tarahumaras, escribiendo pequeñas menciones en textos posteriores a su salida de los psiquiátricos.

La primera fue una epifanía sobre el mundo natural, el mundo simbólico, viendo a ambos como uno solo, las montañas como las casas de los dioses, ciertos talismanes obtienen poderes al usarlos para ciertos ritos.

La segunda, quizá la más profana para Artaud, lo que le hizo convencer de la singularidad de la cultura indígena tarahumara fue llegando al poblado de Norogáchic el día de la independencia de México, sabiendo que antropológicamente ese era el poblado con menos contacto del mundo hispano y mestizaje lo cual resultaba en una raza que tenía sus tradiciones casi intactas. Observo un ritual en el que le daban muerte a un toro, sacrificándole en la plaza pública, le recordó a el rito atlántide, mencionado por Platón en Critias, esto le impulsa a escribir el artículo El rito de los reyes de la Atlántida. El rito le convence definitivamente de que existe un «esoterismo universal», compartido con los pueblos del mundo, una idea oculta de armonía y coincidencias numéricas, geométricas, orgánicas que se ven plasmadas en la naturaleza, reforzando la primera epifanía que tuvo.

Pero también observa que cada pueblo tiene su manera de ver estos símbolos universales  «de todos los esoterismos que existen, el esoterismo mexicano es el único que se apoya aun en la sangre» menciona Artaud en su ensayo El hombre contra el destino. 

Días después, ganándose la confianza de los sacerdotes, puede formar parte del ritual Tutuguri, el rito de canto de búho, en este finalmente puede probar el alma del Hikuri, el peyote. Es uno de los rituales más importantes y esotéricos de los tarahumaras.

Posteriormente en 1948 crearía el texto TUTUGURI El rito del sol negro, el ritual solar que extrañamente se realiza en la noche, con canto y baile ferviente durante toda la madrugada hasta el romper el alba, pero Artaud entendió que no era al sol al que se le hacía culto, al menos no al sol que ilumina y da vida, sino al sol de la media noche, le rendía culto a lo oscuro y oculto, a la vitalidad y la providencia; rindiendo culto a carne nerviosa, aquella que busca la abolición de la cruz, la muerte de los impulsos y pensamientos racionales.

Dibujo realizado por Artaud durante su estancia en sanatorios mentales, recordando quizá la danza de Tutuguri


Artaud contra el destino

Sin duda Artaud sigue siendo controversial con su pensamiento filosófico, la mayoría de los intelectuales le consideran más dramaturgo y poeta muchas veces desacreditando sus investigaciones en las tierras indianas tarahumaras, juzgándole de antroposófico, similar a Madame Blavatsky en su pensamiento de un esoterismo universal. 

Es difícil hacer una clara definición de los motivos de Artaud para hacer toda su odisea, quizá mis capacidades de juicio se ven algo moldeadas por un fenómeno horrible, el movimiento espiritualista new age, que ha dañado tanto los ritos moribundos de los indígenas, esto junto con un movimiento indigenista en México que es una mezcolanza de creencias erróneas que nunca se asemejaran a los ritos tradicionales indios, la búsqueda de la racionalidad y otros conceptos que Artaud deseaba derrocar.

Una de las tareas personales de Artaud en México era promover la cultura indígena, lo cual lo vuelve automáticamente «indigenista», se preocupa por el bienestar del indio y sus tradiciones, pero el diablo está en los detalles, y el detalle aquí es que aunque Artaud hable de un esoterismo compartido por los pueblos, aun se da cuenta de que cada pueblo tiene su forma tan especifica de demostrar ese conocimiento oculto el cual lo lleva en la sangre, en la raza y eso lo diferencia del indigenismo moderno tan abusivo, que habla y habla cuando al indio no le dan la palabra, aquel indigenismo que enseña a victimizar, a que es más fácil decir “si, pero el español nos robó el oro, el extraño enemigo nos derroto y ahora nosotros somos los eternos derrotados”. De indigenista nada más tiene el nombre, por toda esa moral débil, pusilánime y victimista, le quedaría mejor «cristianista».

Artaud enseña al hombre indio, a estar en contra del destino de un pueblo conquistado, domado, en sus mismas palabras: «Deseo que se haga surgir la magia oculta de una tierra sin semejanza con el mundo egoísta que se obstina en caminar sobre ella y no ve la sombra que cae sobre él».

Finalmente se tendría que pensar en Artaud como el hombre simbólico y talismánico, aquel que en sus primeros viajes fuera de la ciudad de México fue a ver un ritual indígena en Cuernavaca en el que se hace tocar un tambor, aquel hombre que en su escala en La Habana, Cuba, fue a visitar a un mago cubano que le regalo una espada de Toledo, al loco que se hizo de un bastón mientras estaba en un bote en Irlanda al que el espíritu de San Patricio se metió en su carne y por eso fue proscrito (suicidado) de la sociedad racionalista con la que tanto peleo. 

Artaud, aquel que NO busco motivos ni razones en esta tierra de arena caliente y de sangre aún más caliente.

 — H.T (Antaño Hypnos Phobos)

Bibliografía:

  • Artaud, Antonin. (1984). Viaje al país de los tarahumaras. Fondo De Cultura Económica. México
  • Artaud, Antonin. (1948) Para terminar con el juicio de Dios. Ediciones Caldén. Argentina.
  • Artaud, Antonin. (1938) El teatro y su doble. Grupo Editorial Tomo. México.
  • Flores, Enrique. Artaud y el rito de los reyes de la Atlántida. Instituto de Investigaciones Filológicas UNAM. México.
  • Schneider, Luis Mario. Artaud y Mexico. Mexico y Viaje al pais de los tarahumaras. 7-97.    

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