Tu no quieres vivir en los ochenta, se un poco más específico, tú lo que quieres es vivir en Estados Unidos durante la década de los ochenta.
El México de los ochenta fue una realidad muy diferente, el resto del mundo era diferente al mundo ochentero norteamericano.
Has visto demasiadas películas y series que te muestran una sociedad ochentera “cool”, tú quieres vestir como un joven gringo de los ochenta, quieres escuchar su música, quieres ser un personaje de alguna historia ochentera, porque la cultura pop te ha freído el cerebro mostrándote a los años ochenta como una época dorada.
Y lo fue, claro que lo fue para las elites políticas y culturales de los Estados Unidos lo fue.
La hegemonía cultural yanqui alcanzo su edad dorada en los ochenta, fue más que eso, fue su consolidación como la potencia cultural dominante.
Por eso la época de los ochenta es referenciada como una edad de oro en cine y televisión, por eso la influencia ochentera en todos los medios es más que nada patente, porque todas las décadas posteriores se han influenciado de esta década y porque hoy se le sigue rindiendo homenajes a través de productos modernos como Stranger Things.
Tu nostalgia por los ochenta está sujeta a la enorme programación mental a la que has sido sujeto por años, la música que escuchas, las películas de tu infancia, la maquinaria de la nostalgia en cine y streaming te han dado una versión idealizada de la cultura ochentera.
Seguramente has visto esas imágenes donde están reunidos muchos personajes de caricaturas ochenteras como He-Man, los Thundercats, los G.I. Joe, los Cazafantasmas, etc. Donde hay un texto que dice “Esta fue mi infancia” y claro porque tu infancia por moldeada por caricaturas americanas, tu imaginación fue atrapada por una o varias corporaciones.
Si está bien sentir nostalgia por una determinada época de tu vida, guardarle cariño a algo que te hizo feliz en tu infancia, nadie te esta ordenando quemar tus figuras de G.I. Joe que guardabas de niño, el problema viene cuando esa nostalgia te atrapa y vives en una infancia perpetua.
Los años ochenta en Estados Unidos fueron su mayor época de apogeo cultural, prosperidad económica, hegemonía política, los ochenta fueron el catastrófico final de la Unión Soviética, lo que dejo a Estados Unidos como la potencia unipolar ¿Cómo no van a vivir celebrando religiosamente esa década?
Hay un culto casi religioso a los ochenta, a sus personajes icónicos se les venera como santos, la música y las películas son objeto de veneración, los Estados Unidos buscan volver a esa época en la que tenían el mundo en su poder.
La nostalgia ochentera se convierte en una droga, en un sedante, quieres vivir en esa década, quieres ser un joven gringo como los de Stranger Things, quieres un amor como el de los ochenta, quieres escuchar su música, leer sus comics, ver sus películas, quieres ser un personaje de tu propia historia ochentera.
Pero toda esa nostalgia por los ochenta es una ilusión, una mentira largamente contada, la mejor representación de esa década fue la novela American Psycho de Bret Easton Ellis.
La América de los ochenta esta encarnada en Patrick Bateman, un yuppi millonario que asesina putas, vagabundos, niños, que viola, que devora a sus víctimas sin miramientos, eso es la sociedad americana, un psicópata americano violando, robando, matando y comiéndose la carne de sus víctimas, mientras Estados Unidos vivía su fantasía ochentera, en otros países organizaba golpes de estado, devaluación de la moneda, robo de recursos, el mismo origen del narcotráfico en Latinoamérica está en los ochenta, de la mano de Reagan y sus compinches.
American Psycho es la encarnación de los ochenta y hasta la fecha nosotros somos sus víctimas.
Esta es la realidad de la década dorada, no hay nada de glamuroso, ni de divertido, todo es una putrefacción disfrazando su hedor de colores neones y baladas pop cursis.
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