El poder es la razón. La violencia es la exteriorización de la ira y los sentimientos tribales, en esencia seguimos siendo cazadores en un juego constante de selección natural. Lo anterior dicho resume la historia de nuestra civilización; la tierra en la que vivimos, nuestra región, las costumbres y el arte han sido el resultado de numerosos conflictos con hombres de valor como protagonistas. Ningún político o intelectualoide de nuestra era entendería esto, les cuesta aceptar lo flojas que son sus narrativas pacifistas. O algunos quizá sí lo entiendan pero desde un interés muy particular: amanerar a los hombres, hacerlos tontos y quitarles todo medio posible de defensa personal, a toda autoridad déspota (importa un carajo su “ideología” o labor, son lo mismo, unos malos y otros peores) le interesa la subordinación total de sus serviles.
A cualquiera le gustaría ser el héroe que reivindique la barbarie. Pero al final, solo un puñado de individuos con voluntad podrán tomar el manto de conquistadores: aquellos que conciben a la violencia como un medio de liberación espiritual contra el mundo moderno, contra sus falsos referentes.
Puedes confrontar al bravucón que te molesta, ser un cínico ofensivo con la castrosa de tu salón o luchar con tu amigo por diversión, por poner ejemplos simples. No hay límites, si el esfuerzo es mayor podrías ser parte de una tribu con un ideal de fuerza similar al tuyo.
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