lunes, 13 de junio de 2022

Naica. Por eeriernst

 ¿Es igual aquel hombre que se entrega al pecado y temeroso acepta su castigo, a aquel que nunca se doblega ante él?

La carne puede apresarse bajo mil y una voluntades, más siempre sucumbirá a sus más bajos instintos.

Naica es uno de esos poblados pequeños donde todos conocen de todos; donde puedes ver al comisario paseando por los alrededores, donde la tienda de la ciudad sirve igual de farmacia que de ferretería y donde el párroco de la iglesia es amigo de todos. El imaginario colectivo cubre al poblado de misterio, pues almas en penas, nigromantes y demonios moran junto con los habitantes del lugar.

Esta historia es acerca del vicario del pueblo, un hombre bonachón, regordete, y con un simpático humor que le permitía ser recibido de manera amena en cualquier lugar.

Con regularidad se le podía ver saliendo de la humilde morada de algún feligrés.

Más bajo sus hábitos se escondía un monstruo pérfido corrompido, un lobo disfrazado de manso cordero, un hombre que aborrecía la doctrina que impartía, que más que hacer uso cometía abuso. El único motivo que lo hacía seguir en la orden era las licencias y beneficencias que este le confería; nunca faltaba la feligresa que le ayudará con el aseo, que le atendiera, le llevará de comer, era como tener servidumbre sin tener que desembolsar moneda alguna, pues ellas se daban por bien servidas con una bendición y la ilusión de que alguien abogaría a los cielos por ellas.

El hombre no era tonto, pues cuando las pasiones se apoderaban de él, les daba sosiego en lugares apartados, casi todas sus ofensas a las leyes divinas eran quebrantadas por su actuar, no había perversión que no haya participado por lo menos una vez. este hombre de torcida moral veía la ley sagrada más como un reto que como un modus vivendi.

Llegaron los tiempos de lluvias -o de aguas como dirían los endémicos de esos lados- tiempo que fue aprovechado por el vicario para dar un largo paseo por la sierra pues sabía que estos tiempos atraían a foráneos de un gran abanico de naciones.

En lo apartado de los bosques en una cabaña que parecía esconderse de la vista, el ambiente que lo adornaba era reflejo de las perversiones que daba acopio; un denso paisaje que no daba paso alguno a la luz.

Ahí era donde el cura daba saciedad a sus bajos deseos, mil y una perversiones eran perpetradas bajo el amparo del anonimato.

Sí tienes que esconderte para hacer algo, probablemente no deberías hacerlo. Fue algo que aprendió el clérigo pues entre sus visitas a tal sitio de perdición, se encontró una cara conocida, perteneciente a una joven de Naica.

Habiendo reconocido tal rostro, salió despavorido tratando de que su estampa no fuera reconocida, huyó a casa esperando no levantar sospechas.

La paranoia causada por la posibilidad de ser expuesto y que todo aquello que tenía se perdiera, lo mantenía despierto, su mente divagaba ideando mil planes para que su secreto quedará a salvo.

Su sentido de culpa le hacía delirar, sentía que en cada persona con que cruzaba miradas fuese el más implacable juez que lo juzgaba por cada una de sus perversidades.

Como la Santa Inquisición estaba en su apogeo, pronto ideó un plan para deshacerse de aquella joven y así poder dormir tranquilo.

El plan perfecto y sin repercusiones- acusarle de herejía-

La Santa Inquisición se llevó a cabo, y para colmo de males, él fue quien condujo las pruebas que más bien parecía torturas mismas que el vicario con morbosa satisfacción efectuaba.

Después del calvario que la pobre mujer tuvo que pasar, fue encerrada en una celda a la espera del veredicto.

Hecha un mar de llanto en su calabozo no dejaba de pedir piedad ante dios. -Deja de orar, él no escucha, si ese fuese el caso ¿Permitiría que vos estuviese pasando por tal martirio?- el acólito le exponía a la sollozante doncella. -¡Oh bellísima mártir!- exhala con un sarcasmo en su tono mientras limpiaba las lágrimas de su rostro -Tu único error fue estar en el lugar y momento equivocado.

-¿De qué habla su merced?

- ¡Sabes muy bien a qué me refiero, niñata! -exaltado responde el vicario.

-Desconozco a qué hace usted mención padre.

-Desearía creerte, más no creo ni en mí mismo.

El párroco se retiró de la mazmorra silbando la marcha fúnebre de manera burlona.

La mañana era fría, el viento en sí no corría a gran velocidad, pero lo hacía con gran violencia que ensordece, parecía que estaba hecho de navajas, pues la aun la más leve exposición partía la piel, el sol parecía tener vergüenza pues se refugiaba tras las nubes.

La voz de un heraldo rompe el firmamento con este enunciado.

-Victoria ... de ... años, fue juzgada ante la Santísima Inquisición por los delitos de herejía y necromancia, tras las pruebas realizadas y las evidencias expuestas, el jurado ha dado a conocer su veredicto: sentenciada a morir en la hoguera.

A pesar de la brutalidad del clima la gente se dio cita para contemplar tal suceso.

El pontífice no pudo esconder su sonrisa pues la única testigo de sus perversiones estaba a punto de morir. La alegría que sentía iba en aumento, así como el fuego que rodeaba a la mártir.

Su morbosidad le hizo quedarse a contemplar tal escena,

La joven se retorcía, gritaba sonidos casi guturales y en medio de su tortura alcanzó a divisar al cura.

-Que la providencia se apiade de ti, pues dios me concederá el cobro de tu atrevimiento- vociferó la agonizante.

El afectado solo atinó a reír, y se retiró muy campante.

Cualquiera que lo viera podría decir que recuperó el ímpetu por vivir.

Siguió por con su disfraz de cordero impartiendo una doctrina que en sus manos era vacía e hipócrita.

Poco duró para que el libertinaje le hiciera regresar a sus andanzas. Tomó su vieja mula y se encaminó a su pecaminoso refugio.

En ese lugar de perdición satisfizo sus deseos carnales, en su bohemia, alcanzó a recordar que al día siguiente empezarían los festejos del pueblo, y no podía perderse los manjares tanto alimenticios como visuales que esas fechas significaban.

Aun con los ánimos diluidos por el alcohol, con la noche en su clímax y con la luna como única fuente de luz, decidió regresar a su parroquia.

Su vieja mula siguió el camino que conocía de memoria, más había algo diferente, pues por más que la mula caminaba, sentía que no pasaba del mismo tramo, -Quizás estoy demasiado ebrio para diferenciar el camino- pensaba para calmarme.

Pronto un viento helado casi de ultratumba empezó a correr, era de ese tipo que te rompe la piel con la más ligera brisa. La luna pareció apagarse poco a poco, una ligera cortina que paulatinamente se espesaba era la culpable de tal suceso. Pronto la penumbra se volvió tan profunda que no le permitía ver más allá de sus narices. Vagó esperando que se aclarara el pesado ambiente, de pronto un lejano fulgor avivó la casi muerta esperanza del párroco, tiró de las riendas con una gran violencia para sacar de la somnolencia a su mula y esta acelerara el paso.

Cuando llegó al origen de la luz, se dio cuenta que era una humilde capilla, soltó una sonrisa casi maníaca por lo irónico de su hallazgo.

-Pasaré aquí la penumbra y al primer rayo del sol retomaré el camino- pensó.

Al entrar a la capilla vio la figura de una mujer en soledad, rezando de hinojos

Poco caso le hizo, pues él estaba buscando a alguien que le socorriera, más al verse en única compañía de la dama, decidió acompañarla en su rezo. La soledad, la estampa de la mujer y los etílicos ánimos del párroco fueron el cóctel perfecto para que el misionero se armará de valor para entregarse a la pasión de Eros.

Se acercó con un sigilo incomparable, y de un solo movimiento mancilló el honor de la doncella. Pareciese que la mujer no sentía nada o disfrutaba de los embates a su ser, pues no se oponía a las embestidas del pérfido, solo se dignaba a soltar un sonido monótono como si quisiera decir algo, pero lo decía de una manera tan ininteligible que no se distinguía tal cacofonía.

El párroco seguía con su empresa entre más se acercaba al clímax más entendible se hacía aquel balbuceo, la mancillada repasaba un pasaje de la encíclica a Romanos 《...la muerte es la paga del pecado...》

Cuando era totalmente entendible la frase el párroco reconoció la voz ¿Podría ser ella?- quitó el velo que cubría el rostro de la mujer, ¿Cómo era posible?- pronto su estampa se tornaron un tanto espectral, sus pechos se volvieron más una bolsa colgada y gelatinosa, de su pubis surgieron alimañas, agusanándose sus muslos y glúteos se desprendían pedazos de carne por el actuar de los necrófagos, su acaramelada piel pronto se tornó de un azul verdoso que solo la ultratumba puede dar.

Esta metamorfosis provocó un gran shock en el pérfido quien cayó preso de un ataque cardíaco el cual le fulminó, lo último que alcanzaron ver sus ojos fue el rostro -que de alguna manera permanecía intacto-aquella mujer que condenó injustamente.

El suceso dio de qué hablar en la región, muchos atribuyeron tal suceso a obras del diablo, otros decían que dios había concedido la venganza a esa doncella. Eso es algo que dejaré en sus manos juzgar.

Lo único que puedo asegurar es que ese suceso disparó la fama de que el pueblo de Naica es un nido de brujas.

eeriernst

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