miércoles, 8 de junio de 2022

Juventud divina, juventud bárbara. Por Hagen Negro

    La crisis actual es la misma que aquella que amenazaba la naturaleza humana en el momento del establecimiento del cristianismo

Benjamin Constant

En una entrevista, el filósofo Peter Sloterdijk, mencionaba que lamenta mucho ser tan viejo y ver mujeres tan hermosas y jóvenes en el mundo; en efecto, se queja de la perdida de la belleza, vitalidad y pasión propias de la juventud. No obstante, parece que el gran maestro de Karlusche, idealiza la época antigua de la juventud y desea regresar a esas dichas, propio de la gente mayor, sin embargo, si el filósofo regresara a sus veintes y treintas en el mundo actual, tendría que aceptar que no hay diferencias con un octogenario.

Dos viejos comiendo sopa, por Francisco de Goya.

Los investigadores Jean Twenge, Ryne Sherman y Brooke Wells debieron de haberse muerto cuando descubrieron en su investigación publicada bajo el título de Archives of Sexual Behavior, que, en efecto, la media de práctica sexual entre los jóvenes va decreciendo nueve veces menos desde la década del 2010 a comparación de 1990, y esa tendencia se intensifica con el tiempo: en suma, tenemos la vida sexual de un octogenario.

Irónicamente, vivimos en una época de hipercomunicación y de políticas liberales en cuanto a lo sexual, diversidad de género y de tecnología anticonceptiva; pero los jóvenes se quejan de no poder tener familias, pareja estable, de pérdida de valores y de añoranzas de ideas que no son suyas y que, en un mundo en pleno apocalipsis climático, crisis económica y guerras cibernéticas, de plano no son posibles. Los jóvenes deberían salir desarrollar su fuerza y vitalidad espiritual casi al mismo nivel físico, tener relaciones, amoríos y sexo desenfrenado, comer, drogarse, experimentar multifunciones en sus ideas y actos ¿no es así?

Es casi un pecado que alguien joven quiera tener hijos, como si cansado de la vida y del movimiento quiera autoexiliarse al ostracismo de las responsabilidades y del infierno de la comodidad y aburrimiento, de los refugios y de la psicopolítica. Y es una falta casi suicida no tener más violencia, agresividad y actividad siendo joven más que la proyección de datos virtuales a través de una pantalla de luz azul. Alto a la natalidad y a la formación de familias.

En está ocasión, no estamos de acuerdo con el suicida Führer alemán, no estamos a favor del natalismo exagerado, queremos matar a la familia, queremos y debiéramos romper los esquemas y cristales de las mercancías efímeras, esto debido a la perdida de la aristocracia en esta época, no merece ningún nacimiento. Ya no tenemos hambre de conquista, sino sed de aniquilación, somos los amantes del fin del mundo y ya no deseamos más desarrollo que el de la propia muerte. Para que la muerte nazca debemos cogernos hasta embarazar a la vida.

La juventud ya no debería ser divina sino bárbara, violenta, grosera y absolutamente irreverente, no obediente y miedosa. Hubo una época en donde la audacia se reconocía y servía para el reconocimiento hasta llegar al heroísmo, hoy es tan pusilánime el ambiente que no se reconoce la audacia ni el heroísmo más que a través de la envidia del mediocre; por ello elegimos mejor ser temerarios, exagerados e irracionalmente orgullosos.

A mi parecer, veo con buenos ojos que los jóvenes hoy en día tengan su esperanza de juventud de apenas unos 5 años, a los 13 o 16 años se sienten jóvenes, pero llegando a los 20 y treinta piensan que la vida acabo; si es muy alentador que vivan al límite a no ser que la mitad de su vida útil sea través de un aparato digital. Es mejor y más valioso que los jóvenes tengan en su corazón la misma frase con la que George Bataille clausuro Acephale: Yo mismo soy la guerra.

Hagen Negro

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