Mientras el mariscal de campo regresaba a su campamento pudo oler el inconfundible aroma de la carne asándose sobre la hoguera. Se sonrió tras su espeso bigote y mentalmente elogió la agudeza de sus guardias por su practicidad. Luego de que los dejó solos con sus dos víctimas, formaron parejas, un guardia sostenía al bebé y el otro seguía sosteniendo a la aun amordazada madre firmemente contra un árbol. Para ese momento el bebé ya estaba muerto, sin embargo, la sangre seguía goteando de la herida de bayoneta que atravesaba directamente hacia su corazón, causando sangrado masivo dentro de su infantil cuerpo. El guardia sostenía al bebe, manipulando las partes de su cadáver como algún tipo de marioneta enferma, y, tan pronto estuvo cerca del rostro de la madre, se deleitó exprimiendo al bebé lo más fuerte que pudo, haciendo que violentamente expulsara sangre por la boca, la cara de la madre se tornaría en un completo rictus de horror.
-Si te quitamos la mordaza, ¿Vas a gritar?
Los guardias buscaron en los ojos de la madre algún tipo de señal de comprensión, pero no vieron nada. El hecho de que el mariscal de campo les dijera que se divirtieran esencialmente significaba que podrían hacer lo que quisieran con ella y lo más probable es que cualquier dato de inteligencia que ella les pudiera proveer sería de mínimo valor o simplemente al mariscal de campo no le importaba en este caso. Su motivación para considerar quitarle la mordaza era en parte por sentido de responsabilidad para interrogarla al menos un poco y en parte interés en su boca en general.
-Escucha puta, hemos oído suficientes de tus gritos por un día. Si gritas cuando te quitemos esta mordaza ¿Sabes lo que te vamos a obligar hacer?
La mujer sacudió la cabeza en negación.
-Vamos a hacer que te comas a tu bebe, ¿Verdad?- El guardia enmascarado que sostenía a la madre cabeceó en afirmación a su anónimo compañero. Lagrimas frescas comenzaron a fluir por el rostro de la mujer.
-No vamos a hacer que te lo comas todo, porque definitivamente nosotros nos vamos a comer la mayoría, ¿Apoco no?- Los guardias asintieron entre sí.
Un guardia tomó al bebe en brazos simulando paternidad, meciendo gentilmente el cadáver y mirando al pequeño infante sanguinolento a través de sus goggles negros.
El otro guardia tenia inmovilizada a la mujer contra el árbol con una mano y con la otra apunto su cara, asegurándose que psicológicamente el mensaje se entendiera bien. Él estaba muy interesado en interrogarla, o al menos fingir que lo hacía.
-Si nos haces comernos al bebé, entonces tendremos que quitarnos nuestras máscaras y si nos quitamos las máscaras significa que tendrás que morir porque no puedes conocer nuestras identidades, ¿Lo harás? ¿Lo harás pinche perra, maldita puta estúpida?- El guardia enfatizó esta diatriba misógina azotando la cabeza de ella contra la dura corteza del pino, añadiendo una debilitante medida más a la situación.
El guardia le hizo un gesto al otro guardia que tenía al bebe para que lo bajara y le asistiera. Sostuvo a la mujer del pelo y la arrastro hacia el claro, obligándola a arrodillarse en el suelo del bosque, cubierto de agujas de pino. Mientras el guardia le quitó la mordaza de pelota de la boca, el otro sostenía un cuchillo de combate enorme balanceando su peso amenazantemente en sus manos para recordarle a la mujer mantener bajo su nivel de ruido.
-No hay nadie aquí, a excepción de ti, de mí y mi amigo.- El guardia señaló con la cabeza hacia su compañero, -y el pequeño como-se-llame de allá- el guardia señaló al bebe muerto que yacía al pie del árbol. Luego le hizo un gesto a su compañero para que se acercara. -Vamos a echar un vistazo, a ver lo que trae-. La mujer no dijo nada, pero respiró profundamente en fuertes y laboriosas inhalaciones, el que le hayan quitado la mordaza era un pequeño respiro en una absolutamente horrenda situación.
El segundo guardia prosiguió y comenzó a lentamente mover la punta del cuchillo por el frente de la blusa de la mujer, cortando los botones uno por uno, prueba irrefutable del demencial filo de la letal arma. La mujer no reaccionó. Ella acababa de ver a su niño ser bayoneteado y mutilado frente a ella; lo que sea que los guardias tuvieran planeado hacerle no la impresionaría tras la previa ordalía – o al menos eso pensaba.
El guardia rasgó la blusa de la mujer, revelando sus pechos, pálidamente blancos y coronados con grandes, suculentas y prominentes areolas. El guardia los tomó y golpeo con su mano enguantada, logrando sacar un jadeo de la boca de la mujer. Los ojos de ella estaban abiertos con odio, pero no dijo nada por la humillación y el shock del súbito golpe. El guardia se movió hacia ella y comenzó a masajear sus senos con una mano y a sentir por debajo de su delgado pantalón de algodón con la otra mano, habiendo envainado de vuelta su cuchillo.
El otro guardia estaba cerca del borde del bosque y miraba entre los árboles. Ambos guardias seguían sombríamente ataviados y ocultos tras sus goggles tintados y balaclavas. El bosque se estaba oscureciendo en la hora del crepúsculo, con sombras formándose alrededor del segundo guardia mientras caminaba hacia un árbol y rompía una robusta y flexible rama, cortándola después con un pequeño machete que traía en el cinturón. Una aromática savia brotó de la verdosa y dura rama de madera.
-¡Vuélvela a amordazar!- gritó el guardia que masajeaba a la chica. El segundo guardia se aproximó, trayendo su vara de castigo recién cortada con una mano y con la otra sacando la mordaza de un pequeño bolsillo en su cinturón. -Acá la tengo- dijo.
A causa de los anónimos y sombríos disfraces de ambos hombres, el sentido de su amenaza se tornó ajeno y extraño. No había personalismos a los cuales relacionarse dentro de la horrorizada mente de la víctima. La nada rebosaba de los desapacibles y terroríficos rostros enmascarados, observando desde inmensos océanos de penumbra, la leve imagen microscópica de sí misma devolviéndose la mirada desde el efecto de espejo, mostrando su torturada cara y los matorrales de pino y árboles de madera dura en los bosques a su alrededor.
-Ponle la mordaza a esta perra- ladró el guardia. El segundo guardia arrojó su vara al suelo y corrió hacia la mujer, atorándole la pelota en la boca y apretando las correas alrededor de la nuca, enredando su delgado pelo, rubio cual trigo. Aceleró el ataque terminando de rasgar su camiseta, revelando una demacrada y anémica figura, pálida y temblorosa. También tomó y golpeó los pechos de punta enrojecida con su mano enguantada. -Firme- dijo el otro guardia...
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