Un inmundo infante yacía chillando sobre el húmedo suelo del bosque, mientras que su madre, cuyos gritos eran casi tan desgarradores como los del niño, se mantenía a varios pasos de distancia, sujetada contra un árbol por dos figuras anónimas y uniformadas. El mariscal de campo se aproximó al niño y gentilmente pinchó su ropa con la filosa punta de la bayoneta ensamblada a su AK-74 clonado, hecho especialmente para él en la fábrica clandestina de armas operada directamente por los miembros de su unidad. Mientras que la mayoría de aquellos lo suficientemente suertudos para ser equipados con armas de fuego fueron relegados a utilizar otras armas mucho más viejas pero cuidadosamente mantenidas de los arsenales ya existentes, sin embargo, ciertos individuos de élite como él, fueron suministrados con armas nuevas, recién fabricadas, por razones tanto de practicidad como de prestigio.
Infundido con una omnipresente rabia, el aire caliente salió de sus fosas nasales, sus ojos estaban abiertos de par en par e inyectados de sangre y todo esto, junto a un bigote profundamente negro convirtieron su rostro en un panorama definitivamente intimidante. La fría y azul punta de la bayoneta continuó jugueteando las frágiles prendas del maltrecho niño, abriendo lentamente su camisa para revelar su pálido y blanco pecho, que contenía un rápido y palpitante corazón, acelerado por la coacción y golpeando fuertemente bajo su carne.
Viendo esto desde su posición a varios pasos de distancia, los gritos de desesperación de la madre comenzaron a alcanzar horridas proporciones. El mariscal de campo alzó su mano izquierda en un gesto breve, a lo que los guardias que la sostenían respondieron tomando un puñado de su pelo, rubio cual miel y tirando de él hacia abajo, mientras que el otro la amordazaba con una pelota de goma, sofocando sus gritos de forma que solo el sonido de los lloridos del infante permeaban en el arbolado paisaje.
Como si fuera una señal, el mariscal de campo súbitamente inclinó su rifle por detrás de su cabeza y lo empujó hacia abajo, ensartando al niño con la punta de la bayoneta. La bayoneta atravesó profundo en la inocente carne, penetrando directamente el corazón del niño, causando que un chorro de sangre arterial fuera disparado a varios pies en el aire. El mariscal de campo levantó de vuelta el rifle sobre su cabeza, la bayoneta estaba ensangrentada con el flujo carmesí de su más reciente sacrificio infantil, un verdadero Moloch con forma de rifle mecanizado mientras los miembros del pequeño niño convulsionaban en estertores de muerte. Hábilmente y con mucha destreza, como seguramente habría hecho antes, el mariscal de campo sostuvo el rifle en un ángulo en que la sangre fluyera hacia abajo sin empapar el metal preciosamente engrasado del armazón del arma. Sonriendo detrás de su tupido bigote negro, el mariscal de campo miró a la madre: los ojos de él estaban llenos de una manía demente, los de ella con un shock más allá de toda razón. Los llantos del niño ahora estaban acallados y él alineó su boca con el caudal de sangre, permitiendo que los riachuelos de la misma llenaran su boca, manchando su cara y bigote en horrendo adorno.
Tras dar a conocer su punto y mientras la sangre cesaba su flujo, el mariscal de campo bajó la bayoneta, aun guindando al convulso niño en la punta y sin más ceremonia empujó el cadáver del mortal agarre del arma con el tacón de su bota de combate. El niño cayó al piso con un ruido sordo, con lo último de su sangre esparciéndose alrededor en un charco lodoso en la tierra y sus ojos lechosos congelados en las punzadas de la muerte. El mariscal de campo miró a sus guardias, sus rostros no revelaban más que ojos fríos y crueles tras las balaclavas negras que eran el sello de las fuerzas de Seguridad Interna. El mariscal de campo alzó su mano izquierda en un breve gesto similar al anterior. “Hagan lo que quieran con la mujer y los restos del niño.” Con eso y con una última sonrisa sardónica, esta vez apuntó a sus hombres, se dio la vuelta de la escena y se marchó varias yardas bosque dentro hacia la pequeña carpa que funcionaba como su cuartel temporal de operaciones para unidades pequeñas en el área. Detrás de él, los guardias se aparearon con la mujer y con el cadáver del niño respectivamente, disfrutando de sus gustos peculiares hasta el límite.
Dentro de su tienda, el mariscal de campo se sentó en un sombrío rincón y tomó un trapo para limpiar la sangre del niño de su cara. La sangre del niño se había encostrado en su bigote a causa de su previo éxtasis y su atención a la limpieza había sido omitida a medias intencionalmente, de modo que sus hombres pudieran ver de primera mano los signos reveladores de su orgía caníbal y para que él mismo pudiera disfrutar los restos de la dura esencia a hierro de la sangre del niño, recordándole sus hazañas, una muesca en sus innumerables éxitos. A diferencia de las patéticas excusas para las formaciones militares antes de que las guerras nucleares grabaran el recuerdo de los asesinatos masivos en los campos de la tierra, las formaciones militares ahora muestran su proclividad por los baños de sangre vistiéndola en sus mangas. Así es como debe ser, al menos de acuerdo con algunos. El mariscal de campo se viró hacia la pantalla negra de su pequeña laptop portátil, una versión a escala menor y más similar a un procesador de texto autónomo que al equipo más sofisticado, al que las generaciones que lo precedieron solían estar acostumbrados, y, encendiéndose un cigarro mientras dejaba que el humo ondeara alrededor de su rostro, comenzó a escribir las minutas de las operaciones de los numerosos días previos que rápidamente llegaban a su final. Pronto estaría de regreso en el Cuartel General y entonces el trabajo de verdad comenzaría.
Desde la última vez que estuvo en el CG la presión de los eventos en desarrollo había aumentado considerablemente. La Organización entera estaba experimentando un incremento brutal de la disciplina interna, algunos se refirieron a ello como una purga, acorde a sus continuos éxitos en el campo. Usualmente a cargo de una fuerza mucho mayor, la acción de pequeñas unidades que había estado emprendiendo durante las últimas semanas compensaba con sensibilidad su escasez de mano de obra, la brutalidad y eficiencia con que había cumplido sus órdenes hasta ese momento le habían asegurado prestigio continuo y favor ante los ojos del Comandante.
El Comandante era la autoridad definitiva y la deidad más alta dentro de la Organización, aunque varios cultos de muerte que adoraban a entidades demoniacas diversas y a operativos martirizados florecieron en las filas, lo que ayudó a elevar su moral en su infernal situación y también parecía proveerles de inspiración e incrementaba su agudeza operativa para el cumplimiento de sus igualmente infernales misiones. Mientras el Comandante permaneció al timón como deidad incuestionable, se permitió que brotaran cual mil flores las facciones cultistas subversivas. No es de sorprenderse, considerando que la mayoría de ellas fueron fabricadas directamente por el sector de Inteligencia mismo y diseminadas silenciosamente, dando la impresión de que eran orgánicas en su manifestación.
El Cuartel General de la Organización estaba alojado en una estructura gigante e imponente de piedra, el centro neurálgico estaba alojado en lo que solía ser una antigua penitenciaria federal de máxima seguridad en los viejos tiempos y que ahora sirve como la fortaleza y hogar del Comandante y grandes cantidades de Tropas de Choque y fuerzas de Seguridad Interna. La Organización había anexado la infraestructura de los pueblitos vecinos que en una época sobrevivían económicamente por medio de emplearse en la penitenciaria, con el nivel de seguridad de los residentes operativos en el área aumentando o decreciendo de acuerdo a su proximidad con el complejo principal. En los edificios administrativos, detrás de la concertina de alambre, cientos de individuos sin rostro trabajaban en las oficinas y salas de interrogatorio del sector de Seguridad Interna, de la cual la fuerza de seguridad personal del mariscal de campo eran miembros.
El Comandante subrayó la importancia de la férrea disciplina al interior de la Organización, con un aparato interno de represión que coincidiera con su megalomanía sin par, su creciente paranoia y su necesidad fanática por cultivar una atmosfera de absoluto terror adentro y afuera. Los castigos de naturaleza corporal, desde lo conservador hasta lo obsceno eran la norma en vez de ser la excepción a la regla. El Comandante razonaba que, si el terror reinaba supremo dentro de la Organización misma, entonces aquellos que estuvieran más expuestos al mismo se perfeccionarían como instrumentos para propagar el terror afuera de los territorios que actualmente fungían como fortalezas de la Organización. Los edificios administrativos albergaban al personal de Seguridad Interna en el CG estaban divididos en una proporción de setenta y cinco y veinticinco por ciento entre oficinas (algunas dentro de antiguas celdas) siendo responsables de generar reportes, organizar el material de vigilancia, la redacción de acusaciones y de mejorar las políticas de disciplina interna y las unidades punitivas, quienes se ocupaban exclusivamente de los interrogatorios, tortura y encarcelamiento.
La antigua penitenciaria había probado hasta ahora ser un centro de comando ideal y residencia para la Organización, siendo virtualmente impregnable por medios convencionales desde el exterior e igualmente difícil de abandonar desde el interior, como era apropiada en su anterior uso. En los patios de ejercicio, donde los asesinos convictos y violadores de la vieja sociedad solían levantar pesas y caminar en la pista para aliviar la parálisis de una existencia sedentaria forzada en confinamiento, nuevos asesinos y violadores, esta vez criados por el estado en vez de ser confinados por él, ahora usan esta misma área como sitio de entrenamiento militar. Soldados de choque uniformados en negro, con la sed de sangre alojada en su misma carne, podían ser vistos entrenando alternadamente día y noche en el terreno de ejercicio militar, logrando una visión sublime e intimidante en la oscuridad de la noche pues entrenaban bajo la luz de un generador eléctrico, algo anómalo en la nueva sociedad donde las antorchas y llamas eran el estándar. El sonido de las marchas incesantes, las frecuentes prácticas con armas y explosivos, los instructores ladrando sus órdenes desde lo alto de las plataformas que se levantaban sobre las áreas de entrenamiento, las sirenas de alarma que frecuentemente perforaban la noche y la atmosfera presurizada de los edificios de la prisión bañados por la luz de reflectores gigantes incluso en la oscuridad de la noche eran testamento y signo de la autoridad indisputable del Comandante y la proeza de la Organización que había construido desde cero.
Una vez de vuelta en el CG el ritmo del trabajo tomaría tal intensidad que haría que la acción en las pequeñas unidades que había estado viendo aquí parecieran unas pequeñas vacaciones en comparación. El mariscal de campo disfrutaba el estrés del campo de batalla y se deleitaba de la sangrienta brutalidad que era la marca de su estilo en campaña, aun así, como algún tipo de perversa desviación sexual, que era tanto irresistible como repugnante a la vez, nada podía igualar a los estresores de la vida en la base, Era como si incluso la presencia del Comandante tras los muros de la fortaleza rodeada de concertina de alambre, físicamente oculto la mayoría del tiempo pero aparente en todo lugar, fuera suficiente para empujar las instalaciones a su punto de ebullición psicológico en todo momento. Pronto, regresaría...
Esta chido suban mas
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