Debo admitirlo, querida mía:
Mi fuerza desciende sin tu aroma,
el fuego no tiene gracia sin tu chispa
y la furia carece de metas sin tu calor.
Qué funesta es la tarde en ausencia
de tu excitante exhibición, esa que paraliza
mi razón y la transforma en coqueteo.
Soy un forastero sin cariño ni dolor,
cansado del dominio del orden y
en búsqueda del desquiciado amor.
Debo admitirlo, querida mía:
Mi alma no desea habitar este desierto,
quiere abrazar tu sepulcro y someterse
al paraíso de los perturbados.
Máximo Heilner
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