Mes de la muerte del imperio sobre el cual el sol no se ponía, anhelo de los muertos y de los vivos que añoraban el viejo régimen de los incestuosos coronados. Una patria vive y desea la libertad y el pueblo en cadenas se ata a nuevos amos y maestros, nuevas cadenas, nuevos señores, nuevos emperadores.
Este
es el mes de la bandera tricolor católica en la tierra americana de sueños y
fronteras desérticas, fronteras selváticas y elites autonombradas en el circo
de democracia y libertad. La bandera que en un momento era símbolo de la
unidad, de nuestros padres y nuestros hermanos ahora se tiñe de la sangre de
sus héroes, de sus bandidos y de sus inocentes y se mancha con la grasa de los
alimentos de los corruptos mandatarios que la azotan por las migajas de la
globalización. Es la bandera que nos enseñan a amar y blandir en defensa de
nuestra libertad, pero tal como el águila en el nopal, nosotros nos hemos de
batir en duelo contra la serpiente, el animal de la mentira, la envidia y la
conspiración. Un águila en combate devorando al animal de aquel engaño sobre el
fruto del edén, fruto del deseo y del conocimiento. México ha perecido y es de
las cenizas que no renace, pero si se deifica como aquel culto a la muerte que
nos ha de permitir retomar la esencia de nuestros difuntos amados para
recordarlos y ofrendarles sus favoritos alimentos.
Tal
como la leyenda origen del símbolo patrio, nuestros hermanos connacionales se
encuentran en la ruina del camino sin rumbo hacia un destino incierto guiado
únicamente por su fe ciega y la esperanza puesta sobre el horizonte por el que
caminan, millones de almas en pena por la incompetencia de algunos pocos con la
mala suerte de dirigir y gobernar en su mediocridad e ineptitud haciendo la
meta de la carrera la completa extinción de la nación y las culturas e
identidades presentes en ella. Comiendo y consumiendo los regalos que nos
ofreció la tempestad en mascara de aquellos miles de dioses que han impregnado
el pueblo en alma y espíritu. Nuestra patria, nuestro espíritu y nuestra
sangre.
Es
menester rememorar aquellos valientes que con las banderas nacionales iniciaron
la lucha contra la serpiente humanizada que adoptamos en nombre de viejos
sistemas rancios que solo apresan al hombre y a la mujer en consumo y la
desdicha del mar océano a merced de la tempestad. Les llamaron bandidos,
cuatreros, rebeldes, esperpentos y más epítetos que clamaban en voz el viento
de odio y miedo de las elites y de los órdenes establecidos, maestros de la
violencia y del pueblo como Pancho Villa, Emiliano Zapata, Nicolás Rodríguez,
Rodolfo Fierro y Saturnino Cedillo que se quedaron en el colectivo popular
americanizado como villanos y salvajes, mismos villanos y salvajes que
liberaron y reclamaron con la enseña nacional al pueblo soberano y autónomo,
nuestros villanos y nuestros bandidos. La lucha de los tigres que rugieron y
pelearon como el águila cantando en victoria contra una serpiente muerta,
magullada y devorada, el máximo ideal mexicano de lucha y revolución es el
combate por su soberanía y su pueblo.
Septiembre
es el mes de los recuerdos y de la historia, de esa poesía violenta que recorre
nuestra sangre y nuestro subconsciente popular. Nuestro himno nacional que
llama a la muerte de aquel que se atreva a cometer perfidias contra nuestro
pueblo, nuestros símbolos y tierra, que se oigan los cañones rugir, que se
oigan las águilas cantar, el chillido de las ratas siendo apresadas por
tecolotes, el aullido de los lobos y rugido de los tigres, que se escuchen por
todo el globo que este mes se hará respetar y preservar en esta azotada, herida
y apresada nación. Que el judío y el americano aburguesado sienta el temor
recorrer su espalda al observar el 1611 en Polanco y Santa Fe, que los regentes
de este feudo modernizado vean su sangre manchar las calles de San Pedro Garza
García y que sientan por un instante que el odio se ha cosechado después de
años de esclavismo y propaganda. Aquellos circenses de la democracia y la
supuesta libertad de expresión que son los grandes medios corporativos,
enemistados con la verdad y con el pueblo a punta de acuerdos y negocios. Que
los canadienses mineros que van a acapulco por el turismo sexual vean su
hombría desprenderse de su cuerpo con la ira y que el muerto de hambre por fin
coma.
Este es mi mensaje, odio, tierra y sangre. La tempestad sabrá recompensar estos sacrificios y que todas las razas exóticas vean a nuestra nación por encima de ellos, nuestro pueblo reivindicado y nuestros símbolos con el terror de ver en el futuro la suya extinción, la misma forma de terror con la que ellos destruyeron al país a base de consumismo y sus idearios artificiales democráticos. Pues esta es mi despedida a este mes, mes de la sangre de nuestros villanos, tierras privatizadas y pueblo des-espiritado.
Ras
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