La más común de las conversaciones que he escuchado en los últimos días concierne a la preocupación desmedida de la gente con respecto a la inflación de los precios de algunos productos alimenticios básicos. Con cierta incertidumbre pero también con resignación conversan acerca de la situación económica nacional y mundial, vomitando la misma narrativa que las noticias les entregan de forma digerida, que si es culpa del gobierno, que si la guerra en Ucrania, que si la pandemia, y un largo listado de etcéteras, dependiendo de qué canal vean.
Esas opiniones llegan incluso a la confrontación, al sentimiento de inconformidad, sobre todo cuando se habla de productos de la canasta básica, aquellos que se supone son esenciales para subsistir, sean los vegetales, la carne o el huevo. Y es entendible, yo mismo me sorprendí cuando compré un cartón de leche a 26 pesos.
Sin embargo, la indignación de la gente nunca fue mayor que cuando les comunicaron que el Pan BIMBO iba a subir.
Uno de los panes más sin chiste del mercado, al que se le agregan cantidades masivas de azúcar refinado en su industrialización, proceso que gasta cantidades bestiales de agua de los freáticos y que llena los basureros con coloridas envolturas de plástico.
El pan del osito, ese que ha estado presente en la mayoría de las mesas, que presume ser parte de la familia en sus comerciales llenos de manipulación emocional por medio de un oso bastardo que usando frases bonitas esconde la relación de sus dueños con la derecha política más rancia y mocha de México.
En torno al tema de los precios, salió otro segmento a decir que consumiéramos local, que las pequeñas panaderías eran la opción ante la monopólica industria del pan de dulce.
Y la polémica fue la misma que cuando se prohibieron los personajes animados en las envolturas de la comida chatarra. Los típicos manchilds prediabéticos defendiendo la "libertad" del consumidor para envenenarse a si y a sus crías, otros llamando al boicot como forma burguesa e ilusa de "presionar" a las empresas a bajar sus precios.
¿Y que pasó? Los panaderos locales aprovecharon para encarecer su pan.
Los buenos y honestos panaderos que venden pan viejo y caro, que nunca fumigan sus locales y si lo hacen, no guardan el pan y nada más lo cubren con un plástico polvoriento que sacaron de su bodega; esos mismos que no se molestan en lavarse las manos y cortarse las uñas a la hora de amasar la masa del pan que alegremente alguien lleva a casa para chopearlo con leche, gustoso de probar los tacos que el panadero se echó el día anterior.
Ambas opciones son basura.
El habito de comprar pan sólo nos ha traído generaciones de niños obesos y adultos amputados. No es un producto básico, no es esencial para la alimentación, ni siquiera su sabor justifica su existencia. Únicamente se promueve su consumo porque mueve cantidades perversas de dinero, al igual que cualquier otro vicio que se te pueda ocurrir.
No es de a huevo tragar pan.
Kruttz
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