Soy el mayor de los ególatras. Estoy seguro de ello y estoy aún más seguro que Victoria, quien duerme junto a mí, piensa lo mismo.
Son casi las cinco de la mañana, 4:54 am para serte más exacto, mi cabeza da vueltas y me siento como si yo fuera algo fuera de mi cuerpo, no sé cómo decírtelo sin sonar repetitivo pero es como si mi piel fuera un traje y no estuviera bien ajustado en mis manos.
Mis manos, las veo detenidamente y no se siente mías, las acerco a mi cara, necesito verlas, olerlas, chocarlas contra la piel de mi rostro y saber que son mías. Es un trance difícil de describir, como despertar de un sueño pero haberlo olvidado al instante y con los sentidos apenas volviéndome. Mis manos, huelen extraño, puede ser mi tan afamada combinación de perfume barato y sudor, por ahí, un poco del perfume y sudor de Victoria también. Tengo un rasguño de ella. Lleva las uñas largas y tengo también en mi brazo izquierdo los dibujitos que me hace cuando está aburrida, como si fuéramos niños.
Victoria dejó la música sonando por quién sabe cuántas horas, es música instrumental y a veces ambiental. No me preguntes la diferencia, entiendo que ambas usan instrumentos (una computadora es un instrumento al fin y al cabo (si simula ser uno tradicional y con nombre entonces lo llamamos música instrumental pero es ambiental si simula algo más abstracto como el eco dentro de un castillo en Klagenfurt una tarde que llueve de un día de febrero de 1530 con el patio del castillo convertido en un campo de batalla menor entre bárbaros (otomanos) y bárbaros (cristianos))), en su mayoría se trata de bandas del norte de Europa cuyas portadas tienen nombres en celta o en inglés antiguo y con inscripciones en rúnico.
No entiendo un carajo, pero solo dios en cualquiera de sus formas y nombres sabe cómo me encanta escucharla cantar, especialmente cuando enciende las velas y las dispone alrededor de la habitación, como una circunferencia (pero podría dibujarse otra figura euclidiana solo que todas las velas son siempre equidistantes, así que vamos a asumir que la figura que sea que nombre o dibuje con sus pies tiene inscrita siempre en una circunferencia cuyo radio son tres pies de Victoria) que la rodea.
Me mira con ese toque de sensualidad y ternura que solo las mujeres como ella logran, y yo con la razón cegada por tal belleza no hago más que seguirla, bailo con ella y canta para mí, lo hace tan bien y tan perfecto que no me importa las cosas extrañas que hace con mis brazos, ni cuando hace cortes con sus uñas, aunque duele un poco ella se acerca y me habla al oído en un acto tan eróticamente armonioso que yo me veo reducido a aceptar abnegadamente mi papel.
Es un momento mágico pero no logro entender ni un poco sus palabras, cuántas veces ya le he preguntado pero las respuestas siempre son las mismas; me dice que me habla en la lengua de las aves como la que hablaba Apolonio de Tiana, acto seguido acaricia mi pelo y me cuenta cuánto me parezco a él, como la viva imagen del místico, como la viva imagen de los hijos de Thot con mi cabello largo, con los libros de la orden, el mandil y las cartas que guardo bajo el asiento del diván.
Sé que Victoria ha intentado hacerme cambiar, para parecerme más a él, le gusta que me deje el pelo, que sea más atlético y deje las carnes, que medite y hablemos en farsi, que bailemos bajo la luna y le escriba cartas de amor, que mi sangre sea ligera para noches como hoy.
Ambos danzamos, ella rasguña mi brazo y me habla viéndome directa y tiernamente a los ojos mientras salen las primeras gotas de sangre. Caen tres al centro de la circunferencia cuyo radio son tres pies de Victoria.
Ella me grita, me regaña, se enfada y está vuelta loca si mi sangre no es suficientemente ligera; se acaba la diversión y vamos a dormir. Pero cuando mi sangre sí es ligera Victoria me besa y me tira en la alfombra, a sus pies. Apaga las velas.
Quiero describirte lo siguiente como que ella grita muy agudamente, pero no estoy seguro si esa es la forma más adecuada de decirlo. Es un sonido cuya trayectoria única de un lado a otro, apenas desvirtuándose por la acústica de la habitación y por el aire que entra moviendo las cortinas.
Al final, Victoria siempre refiere veintisiete palabras diferentes, once nombres en una secuencia rítmica que nunca puedo reconocer, y ante nuestra mortalidad se posa la Luna, que baja para nosotros en forma de ninfa, tan brillante.
Victoria ya no me necesita. Toda su atención para la Luna – Ninfa y tomándose los brazos empiezan a danzar, gritando y lanzando silbidos, gemidos y lágrimas que se deslizan en la curva superior de sus pestañas.
Mi sangre se detiene, el fuego emana en el núcleo de su baile, en el centro de la circunferencia cuyo radio son tres pies de Victoria, y el momento se parte en una sucesión estroboscópica de luces azules, paleta de verdes y violeta ante mis paredes. En las particiones del momento, se suceden pequeñas muertes mías, y todas son hermosas, bellas y puedo apreciarlas todas en el reflejo de la Luna – Ninfa cantando una serie de palabras que por demás ignoro. Cada muerte es especial y tiene un toque de calidez, de recuerdos vivos, de amor infinito y compreso corriendo por mis venas como morfina haciéndome sonreír, como beso de Victoria después que todo termine.
Somos los dos un círculo que se continua y se escribe a sí mismo, que se muere y se observa a sí mismo, que se muere y se observa a sí mismo, que se muere y se observa a sí mismo, que vive riéndose y festejando con una copa y una sonrisa.
La Luna – Ninfa nos abandona y los dos nos hundimos en una suerte de muertes orgásmicas, cósmicas, con susurros en indoeuropeo y el océano de todas las existencias corriendo por nuestras venas.
Frater Astherionides
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