La figura del psicópata es un tema que ha sido sobreexplotado hasta la náusea en la ficción durante los últimos cincuenta años. Usualmente visto con morbo y fascinación, el psicópata es retratado en distintos medios, películas, libros y series televisivas que retratan desde tenebrosos asesinos en serie, pasando por criminales juveniles hasta carismáticos personajes en los que la audiencia se ve reflejada; basta con citar a cualquier personaje del tipo 'es literalmente yo' para darse cuenta de la gran popularidad que estos gozan entre la población consumidora.
El dogma cientificista desde la psicología, la psiquiatría y la criminología se ha encargado de clasificar y etiquetar a los individuos con personalidades diferentes a la línea media basal, basta con ver lo que hacen al respecto del TDAH, el espectro autista y el trastorno antisocial de la personalidad (con su variante de psicopatía).
Las personas pertenecientes a este ultimo grupo resultan ser siempre la oveja negra social. Individuos con personalidades "problemáticas", con una absoluta aversión hacia cualquier tipo de control o sistema fuera del propio, con antecedentes basados en el exceso y con una autentica despreocupación por el futuro a largo plazo, su propia seguridad y la de los que los rodean. Los eternos renegados.
Irónicamente, la mayoría de las figuras de autoridad y poder político, económico y social; los lideres y personalidades importantes a lo largo de la historia comparten rasgos psicopáticos en mayor o menor medida entre sí. Hombres duros que moldearon su realidad por medio de su voluntad.
Para la gente con TAP y los psicópatas no hay cosa más importante que cumplir su propia voluntad.
No puedo evitar recordar las ideas de Nietzsche con respecto al superhombre y a la voluntad de poder. Un nuevo estadio evolutivo para el ser humano, que deshecha la moralidad de esclavo para forjar su propia tabla de valores, un guerrero nato que por medio de su Wille zur Macht alcanza la plenitud. O las ideas de la Gnosis con respecto al hombre que hace despertar su espíritu, rasga el maya y al tomar conciencia de su cautiverio explota en ira contra el demiurgo y su creación, convirtiéndose en un guerrero compuesto de vajra rojo, totalmente indestructible y que, abandonando toda emoción humana está dispuesto a hacer arder el universo y a si mismo con tal de liberarse del yugo y la autoridad.
Viviendo en un sistema tan podrido como el actual, contrario a la naturaleza y plagado de programación y represión, tanto velada como explicita, en el que una (((mano invisible))) se ha entronado en una posición de poder absoluto sobre cada aspecto de la vida humana, no es de extrañar que la naturaleza, o el destino, o la evolución (nómbrala como te de la gana) decida hacer uso de un mecanismo de equilibrio, regalándonos oleadas de individuos renuentes al control e impedidos biológicamente al miedo, y que por lo tanto no temen más a la propia destrucción que lo que desean la obliteración de su tirano en turno.
Gente que eventualmente no tiene problema por pasar encima de los demás para cumplir un objetivo y que por lo mismo, al estar completamente desprovistas de empatía, están blindadas contra la propaganda, las ideologías y demás armas de control social de las que el sistema suele echar mano para perpetuarse en el poder.
Terminan incidentalmente, convirtiéndose en agentes amorales del cambio, o del caos si es que se quiere ver así. Y como tales, suelen aparecer en épocas doradas de aparente tranquilidad pero que requieren movimiento. Cuando la bota de los déspotas se posa en el cuello del hombre común aparecen los revolucionarios, cuyas acciones de retribución evidentemente brutales al final no son ni buenas ni malas, sino simples consecuencias, síntoma y reacción a la degeneración de los tiempos.
Las ciencias criminológicas y conductuales giran en torno a prevenir su aparición haciendo uso del gran aparato del control social, como la educación, la religión y la ocupación. Si eso falla se opta por la ciencia medica, controlándolos de forma quimiofarmaceutica. El siguiente paso es encerrarlos con todo el rigor de la máquina penitenciaria o en última instancia, acribillarlos con el poderoso brazo armado de la ley.
¿Por qué? Porque al pensar fuera de la caja ponen en peligro el statu quo, el orden establecido. Permitirles abandonar o destruir la sociedad causaría una reacción en cadena en la que otros, en especial los neuróticos (mediante el mecanismo de la pareja criminal) sigan sus pasos e imiten sus acciones, que en situaciones normales no se atreverían. De ahí viene la fascinación con los psicópatas y con la figura del renegado, el bandido y el guerrillero. Ahí estriba su peligrosidad. Por ello el empeño en desacreditarlos, someterlos, o destruirlos. De la misma forma en que los virus (los que no son creaciones de bioingeniería armamentística) existen para forzar la evolución de las especies.
Así pues, el sistema utiliza la figura del psicópata en los medios culturales con dos fines básicos: el de ejemplo y el de válvula de presión.
La mayoría de los personajes psicópatas suelen salirse con la suya, pero eventualmente, antes o después sufren consecuencias desastrosas, castigos ejemplares que el hombre común suele temer y buscar evitar a toda costa, pues el riesgo no es proporcional a la recompensa, por lo que debe conformarse con el placer de experimentar la sensación de poder y autoafirmación proyectándose a si mismo en el personaje, de forma similar a como funcionan los videojuegos o las redes sociales.
Queda en cada uno el decidir qué hacer con lo que sabe y tiene a la mano.
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