1
Dale Rubén, cargá las bolsas que el próximo colectivo va a tardar como una hora.
Sí, ya voy, pará que están pesadas.
Sos lerdo, eh…
Cuando levanté mi cabeza, vi el colectivo internacional yéndose, justo frente a mis ojos.
Discúlpame, una de las bolsas se rompió, y yo…
Dejá, nomás. Total, seguro ese colectivo no era para nosotros - dijo mi hermano, siempre tan calmado, siempre tan bueno - pero no le digas a la vieja, que si no me cuelga de los huevos.
¿Por qué? - pregunté yo.
Porque me olvidé su cartón de cigarrillos. Bah, no me olvidé, no había de esa marca que tanto quiere.
Abrió una de las bolsas y me mostró una caja grande, bastante, de una marca que no reconocía.
- Ella quiere de esos putos mentolados, como si de alguna forma eso evitara el alquitrán y la mierda que lleva encima - comentó, mientras sacaba un chicle de menta, hizo el ademán de darme uno, pero le negué, mostrando que tenía el mío.
Era tipo dos de la tarde. Volvíamos de Encarnación. Yo seguía embobado en mis pensamientos, cuando pasó el colectivo. Mi hermano dijo algo, pero no le entendí. Pasé mi tarjeta SUBE y subí. Vimos dos lugares vacíos y nos sentamos.
El viaje siguió sin palabras. No había nada que decirse ¿Para qué? Ya nos contamos todo. Mi hermano es cinco años mayor. Yo tengo dieciocho, él, veintitrés. Por más que sean cinco años, la diferencia es abrumadora.
Descansaban mis músculos. Las bolsas estaban cargadas de mercaderías y de cosas variadas. Boludeces, más que nada. Pero hay algo que siempre quise, y por fin lo compré. Un rifle de aire comprimido. Mi papá nunca me había dejado tener uno. Decía que era muy chico como para usarlo. Le había dejado de insistir, pero mi mente seguía pensando en el rifle. Mi sueño.
- Llevá - dijo mi hermano.
- ¿Eh?...
- Tanto querías esa estupidez, ahora tenés la oportunidad
- ¿Vos decís?
- Si no aprovechás las oportunidades que te da la vida, mejor ni vivas.
$3000, los mejores que he invertido. Ojalá papi pudiera verme feliz.
Nunca supe cómo papá soportaba a mamá. Mamá no es mala, todo lo contrario, es buena, dulce, cariñosa, pero solo con las personas que le devuelven ese afecto. Si la tratás mal, voluntaria o involuntariamente, cagaste. Pero papá, era diferente. Sabía tratar a las personas. Sus palabras siempre daban en el clavo, su porte siempre era muy refinado, pero no inspiraba envidia. Era como si las personas no pudieran sentir celos de él, de tan bueno que era.
Su apariencia también ayudaba mucho. De ojos azules y con un cabello tan rubio, pero tan rubio, que parecía un girasol. No era un hombre alto, pero sí, tenía un buen físico. No sé cómo se mantenía. Comía como si no hubiera mañana. Creo que el trabajo de albañil lo hacia así. Sus compañeros lo querían.
Todos fueron al funeral.
Su piel blanca era muy fina. Según mamá, él tuvo una enfermedad, no recuerdo ahora qué era, que hacía que su piel fuera muy delicada, pero con el tiempo, eso se fue.
Hasta para caminar tenía un porte. Parecía modelo.
Según mamá en el pueblo en el cual él nació, Curuzú Cuatiá, hay gente así, pero solían ser personas asquerosas. Por ejemplo, en su familia eran todos trigueños, él solo salió así. El abuelo pensaba que la abuela lo había engañado, pero no. Los antepasados eran de esas características.
Se crió en el campo según mamá. Tenía esa rara condición que lo hacía quedar siempre adentro. Con el tiempo, eso se calmó, pero siempre volvía. Llegaba el invierno, y eso le atacaba. Un raspón podía ser peligroso.
Para matar los ratos, se encerraba a leer. Devoraba cada libro. Un pozo sin fondo de conocimientos.
Con mamá, se conocieron en la escuela. Era difícil no enamorarse de él. Pero eligió a mi madre. Ella no es una señora fea, claro que no, aunque hay que saberle llevar.
Por lo que me enteré, él hizo la Colimba, aun con su condición. No perdonaban, pero él sabía adaptarse.
Todos lo querían. A donde fuera, él era admirado.
Pero las enfermedades no perdonan.
El Colegio cada vez es más aburrido. No soy un mal alumno, para nada. Soy escolta de la bandera, pero, mierda, sí que es aburrido. Si no fueran por mis amigos, prácticamente estaría solo leyendo.
Pocos saben que papi falleció. No me gusta llamar la atención de esa forma. Me parece innecesaria. Pero todos ya lo saben, solo que supieron días después. No era un hombre difícil de olvidar.
“¿Por qué no nos contaste nada?”, “Queríamos ayudarte”, “Somos tus compañeros”.
Esa falsedad me irrita. Solo asentía serio, pero por dentro, deseaba que se callaran.
Esa emotividad estúpida me calienta muchísimo. No son más que hipócritas, gente que piensa que unas palmadas en la espalda, el dolor, el ardor interno, se calma. Mentira.
Ojalá fuera más fácil, así de fácil.
En casa, nada es mejor. Mamá tiene un temperamento horrible, pero eso me agrada, así se abre.
Ahora, se queda mirando la ventana. Hace sus quehaceres y, simplemente, se queda observando algo que no existe. Lo conocía desde los quince años. Ella ahora tiene cuarenta y cinco. Papi tenía cuarenta y seis. Un tipo demasiado joven, tan joven…
Ese día lo recuerdo bien. Llegó sangrando del trabajo. Como dije, era albañil. Tenía el secundario y estudió Licenciatura en Historia, pero por alguna razón, no encontraba trabajo. Solía preguntarle por qué, y él me respondía:
-Quiero sentir que sirvo para algo.
Cuando me dijo eso, me derrumbé. Sabía que algo ardía en su interior. Poco tiempo después, lo averiguaría.
Bueno, sigo. Llegó sangrando. Tenía una venda, pero estaba empapada. -No es nada - decía. Pero sabía perfectamente lo que era.
Lo consideraba una persona extremadamente culta. Nunca dejó de estudiar. Escribió muchos libros. Lo que más nos daba ingreso eran esos libros que él escribió. No eran muy reconocidos, eran libros académicos, pero esos libros cuestan. “Siempre sé humilde, aunque el prójimo te avasalle, pero sé justo”, me solía decir. Supongo que, por eso, todos me avasallan.
Retomo. Al otro día, se fue al hospital. Cáncer. Resulta que le agarró cáncer de próstata. Avanzado.
Estaba sentenciado.
Pero, todos lo veíamos sano. Muy sano. Era un poco hipocondríaco. Cuando a mi hermano y a mí, nos agarraba algo, nos llevaba urgente al médico. Él se dejó estar, pero, ¿Cómo? ¿Por qué?...
Sonará chocante, pero creo que él deseaba morir. Deseaba sufrir, sentir dolor. Sentir… algo.
Mamá tuvo uno de sus ataques. Mi hermano y yo estamos viendo algo raro en ella. Se volvió mucho más obstinada con la limpieza. Mucho más adicta. Dice que algo siempre desordena las cosas, algo ensucia todo. Darío dice que ya se le pasará. No tiene la pinta.
El Colegio me permite aislarme de las cosas. Creo que debí aprovechar las situaciones que me sucedieron en la secundaria. Básicamente, sé más “vivo”. No fue hasta los veintiuno que di mi primer beso. Patético.
Pero, eso me permitió tener tiempo para mí y dedicarme a otras cosas; por ejemplo, a dibujar, escribir, editar videos (boludeces) y muchas otras cosas. Lo que más me gusta es leer: comics, mangas, libros. Lo que encuentre. Sin excepción.
Siempre divago mentalmente. Viajo a través de mundos creados por mí, incluso hasta el día de hoy.
Cómo extraño mis libros. Los vendí. Supongo que cuando un pilar desaparece, pequeños tienen que sostener la estructura.
2
Rubén siempre me pone de mal humor. Apenas tiene dieciocho, pero, por favor, yo a esa edad ya laburaba y tenía una chica. Apenas ve una mina, y se moja todo.
Pero me encanta que sea así. Su inocencia es algo preciado en este mundo corrupto.
Qué suerte que ya termina ese infierno llamado “Colegio”. Cómo odiaba la secundaria. Pendejos inmaduros, profesores con cara de orto, esperando cobrar su mísero sueldo.
Si no fuera por mi Viejo, hubiese abandonado.
Mierda, qué hombre más bueno. Él no era un hombre, era perfecto.
En el funeral, todo se llenó. No había un solo espacio. La gente estaba realmente triste. No era de esa tristeza falsa, esa que te provoca repulsión, tristeza hipócrita.
No.
Era real. Muy real. Y sí, era lógico. Papá era el hombre indicado para todo.
Cada vez que pienso en papá, se me revuelve el estómago. La condición en la cual estaba en su última etapa, era lamentable. La angustia se volvía un monstruo dominante.
Pero no nos sentíamos tristes. Papá nos hacía sentir como si nada pasara. Como si así fuera la vida.
Como esa canción de Dire Straits, “Walk of Life”.
La pasión que tengo por tocar la guitarra fue por su influencia. Me compró una guitarra a los diez años. Desde entonces, no he dejado de tocar. Siempre me apoyó.
Pero tenía que retribuirle con algo. Eso era terminar el colegio. Esa tortura. Bah, para mí lo es. Es una mierda.
Por suerte, a la par de los años, la tecnología avanza. He vendido algunas canciones a gente de otros países. Puros instrumentales, pero a la gente le sirve. “Son obras únicas” - me comentan. Para mí, son solo pajas mentales de un chico de veintitrés años, un pendejete.
¿Por qué nadie de mi familia puede derramar lágrimas por él? No lo entiendo. He tratado de llorar, pero no puedo ¿Qué me pasa? Lloré cuando me rechazó la chica que quería, lloré cuando murió mi loro, lloré cuando me fracturé el brazo ¿Por qué no puedo llorar por él?
¿Será que él nos hizo sentir tanta paz, tanta calma que, al morir prácticamente nos denegó el derecho a llorar, que la vida sigue, que no hay nada más; que nos dice, desde el infinito, que la vida es simplemente un ciclo, un ciclo irrepetible, que hay que aceptarlo desde ya, ¿y no renegar de él?
Creo que si…
Pasaron ya cuarenta días desde que falleció. Los papeles no se acaban ¿Quién diría que el Viejo tenía tantas propiedades? No le dijo nada a mamá, nada de nada. Lo mantenía todo oculto. Pareciera que tenía preparada una sorpresa.
Llegó muy temprano el día.
Mamá cada vez está más enferma, más… loca. Ve cosas que no existen, cosas que le dicen frases, oraciones.
Tengo miedo.
Mucho miedo.
Hablé con un amigo psicólogo, me dijo que podría ser una enfermedad (no me digas), y que, probablemente necesite ser medicada.
La llevaré por sorpresa a un psicólogo, a ver qué opina.
Rubén cada vez está más distante. Se encierra en su habitación. Creo que lee, pero no es así.
Tiene clases a la mañana. Me metí en su pieza. Todo está más ordenado que antes. Pero, se siente frío. Muy frío.
Cometí algo que siempre negué a las demás personas: revisar sus cosas. Odio que toquen mis cosas. Sin embargo, revisé las de él. Poemas, muchos poemas. Leí uno que me llamó la atención:
La estrella desaparece en la tormenta,
nada es como antes.
Todo se vuelve oscuro, oscuro,
la horrible mancha se agranda en mi pesar.
Ya no encuentro mi luz,
se la ha tragado la vida.
El faro que iluminaba
se la ha tragado su propio mar.
El barco navega sin rumbo, sin timón.
Los tripulantes huyen sin razón.
¿Por qué, si la tormenta es hermosa?
¡Admírenla! ¡Ya no les queda nada!
¡Mírenla! Que nada la volverá a generar.
Los pocos botes salvavidas
que había ya fueron saqueados.
Los hombres son los primeros…
La fuerza se impone por sobre la debilidad.
El desenlace es inevitable.
El barco ya está hundido.
Pero, algo sobresale…
Son los tiburones.
Aparecen justo en el final,
y tiñen de rojo el mar.
Ya no hay nada más que decir,
pues la sangre se comienza a expandir.
La carne, desgarrada, no es más que despojo y putrefacción.
La violencia, la saña, el horror…
Parece ficción…
Parece una coincidencia…
Pero, no.
Es pura realidad.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo.
Pero, se me hace conocido este poema. Supongo que es cosa mía.
Tengo que ser el sustento de esta familia. Trabajo en una radio, por lo menos, pagan bien. Aparte, la gente de ahí es muy buena onda. No tengo dramas. Dicen que, si me dedico más, capaz me dan un espacio para poner algunas canciones mías.
Eso me emociona. Pienso que, si le dedico más, haré lo que sea mejor para mi familia.
No quiero ser alguien famoso. No me gusta ser el centro de atención (narcisismo puro y duro), pero varias personas han compartido mis canciones en Internet, y varios me felicitan.
Sienta agradable escuchar de vez en cuando una felicitación. Hace rato, mucho tiempo, desde que papá enfermó que no escuchaba algo parecido. Bueno, solo:
“Son los mejores hijos que un padre pueda tener, los amo”.
Cuando se trata de algo paternal, siempre me emociono.
Mi hermano también contribuye a la economía familiar. Me parece innecesario, trato de hacerlo parecer innecesario, pero realmente, es definitiva su ayuda. Sin él, me parece imposible sostener esto solo.
Aunque mi Viejo tenía propiedades y ahorros, no hizo un testamento. Hacer cada papeleo cuesta mucha plata. Pero, cuando termine prácticamente tendremos una pequeña fortuna.
Llevé a mamá al psicólogo. Se resistió pues hice algo que no me enorgullece: la grabé a escondidas. Solo así se dio cuenta de que su salud mental se estaba deteriorando.
La cara que puso al terminar la grabación fue terrible. En esos ojos observé un momento de lucidez que no había visto en años. Había… determinación.
“Hijo, llévame”.
La consulta salió cara, al menos para mí. Sé que valdrá la pena.
Lo que me temía. Me dijo el psicólogo que la lleve al psiquiatra. Me dio el número de un colega suyo. Un apellido extranjero impronunciable.
Apenas fue una consulta de tres horas y ya determinó eso.
Mierda…
3
“¿Qué quieres? ¿Qué quieres de mí?” … “Ayer murió Alan, y ahora te me apareces” … “¡Fuera, fuera!” “¡Tú no perteneces aquí!” …
“Marisa, no hace falta que te pongas así conmigo. No tienes que fingir delante mío”
“Oh, Alan, vives en mi mente, pero ya no existes. Tu alma ahora está en los cielos”
Recuerdo cuando por primera vez te sacaste la remera. Las cicatrices en tu espalda. Me habías contado porqué las tenías. Por una enfermedad.
Pero, ¿qué las había causado?
Ya no lo recuerdo…
Dios, siento que mi mente se me va.
“Hola señor, soy la pareja de su hija, es un gusto conocerlo.”
Mis padres se encariñaron contigo. Tus modales refinados, pese a ser criado en pleno campo.
Tu voz, dulce pero firme.
Siempre me pregunté cómo habías salido adelante. Desde que eras muy, muy pequeño, desde que tengo memoria, que eras así.
Sé que tu papá golpeaba a tu mamá.
Tus hermanos, todos drogadictos y borrachos.
Y tú...
La perfección hecha persona.
Mamá. Mamá ¡Mamá!
- ¿Eh?
- Pará un poco, desde las cinco de la mañana que está limpiando el piso.
- Pero Él pasó por acá, y va a pasar de vuelta. Todo tiene que estar limpio. Solo para Él.
- ¿Quién es Él?
- Darío, ¿Cómo no lo sabés? Es Él.
Ya me acordé.
Nos estábamos bañando en un río. Tenías diecisiete y yo dieciséis. Me tiré al agua. Tú te quedaste en la orilla, abrazado a las rodillas. Mirabas el suelo.
Tengo vergüenza de sacarme la remera - me dijiste.
Pero estás conmigo. Dale, no te va a pasar nada. – te respondí.
Pensaba que eras raro, pero de esa rareza, se escondía una inocencia maravillosa. No sé qué me viste en mí, pero algo viste. Eras el único que podía sacar mi lado más tierno.
Te habías sacado la remera. No vi nada raro. Hasta que avanzaste hacia mí.
No lo podía creer ¿Qué eran esas cicatrices? ¿Qué le pasó?
Guardé silencio. Ambos lo hicimos.
Él se quedó mirando el agua.
- Salí sorteado para el Servicio. – dijiste.
- Oh, ¿en serio? – dije por decir algo.
- Sí, no será mucho como máximo, tres o cuatro años. Te voy a escribir.
- Che, ¿y si mejor salimos?
- Sí, mejor.
Cuando juntábamos nuestras cosas, lo oí decir. Era la primera vez que lo escuchaba así.
- Marisa, no vuelvas a pedirme que me saque la remera nunca más.
Supongo que todavía no me lo habías dicho.
Eras un chico tan inofensivo, pero nadie te hacía daño.
Era curioso. Por lo general, las personas suelen ser violentas con los débiles. Sin embargo, tú…
Todo era distinto contigo.
Tu mundo eran los libros. Pese a todos los defectos de tu familia, ellos sabían lo que valías. Preferían complacerte con esas cosas.
Sin embargo, fue repentino. Toda tu familia se volvió así.
Los demás hacían sus vidas y sus cagadas.
Pero, contigo eran muy diferentes.
Desde los diez años, si mal no recuerdo.
Antes, eran todos iguales. Golpizas por acá, golpizas por allá.
Curioso, todos cambiaron.
Tu padre cambió; tu madre, digamos, no fue una víctima, pues no había victimario.
Tus hermanos, prácticamente, eran tus guardaespaldas. Dejaron la bebida y la merca.
Mas tú, seguiste siendo igual ¿Por qué?
“Marisa, viniste.”
“¿Cómo no podía venir? Siempre voy a estar para vos”
“No tenés que verme así.”
“No pasa nada. Todo estará bien.”
Oh, esa cara. Ni siquiera te dejaron cambiarte la ropa. Fueron muy crueles.
Pero esa supuesta crueldad era muy humana.
Toda tu familia estaba contigo. Sin embargo, nadie se hablaba. Todos, mirando al suelo como si supiesen que algún día iba a pasar eso.
Mis papás se quedaron esperando en la puerta.
- Soy la novia.
- Pasá nomás, decile al guardia que yo te dejo.
El Comisario Rojas era un pueblerino. Un hombre de ciudad no sabe los secretos que guardan las personas del campo.
Pero hasta él sabía que la familia de Alan estaba maldita. Todo el pueblo lo sabía.
Nadie dijo nada.
Sabían que Alan iba a hacer eso algún día.
En su mente, había una tormenta que tarde o temprano, arrasaría con todo. Solo faltaba una motivación, un chispazo para que todo ocurriese.
- Apuesto que no le das un beso al raro.
- Claro que sí.
Qué estúpida era de niña.
Orgullosa, vanidosa, engreída.
Supongo que mi belleza era acompañada por eso. Cuando me acerqué a él, vi algo en sus ojos azules.
Algo que… era difícil de describir.
El “Gringo”. Ese era su apodo.
Pero no era despectivo, no. Era así, pues, porque era así.
Modales refinados, pelo de un rubio intenso, ojos azules, buen físico (hasta en esa edad, apenas nueve años). Pero su condición le hacía estar todo el día sentado leyendo un libro.
Un libro por semana, lo recuerdo bien.
Me acerqué. Me miró. Movió la cabeza de una forma que se me hizo muy tierna.
Quedé helada. Olvidé lo que iba a hacer.
- Hola – dijo él.
-…-
- ¿Necesitás algo?
- Yo, ¡Ejem!…
Salí corriendo.
Era una cobarde, lo sé.
Rojas no llamó al Juez. No hacía falta. Lo liberaron poco tiempo después.
Había dicho que todos sabían. Es curioso, pero yo no lo sabía.
Me lo guardó. Supongo que pensó que por eso afectaría a su hombría. Que ya no era un hombre a sus ojos.
Por eso nunca me tocó. Nunca se me insinuó, aun en sus veinte años.
Cuando me adentré en su celda, se arrodilló y me pidió disculpas.
“Perdón, perdón, perdón, perdón, perdón.”
Las lágrimas mojaron mi vestido.
Simplemente me derrumbé. Odio que me vean llorar, no obstante, no me resistí.
Mi hipocresía no se podía ocultar por mucho tiempo.
Esa noche lo consolé. Fue la primera vez de ambos.
Supongo que hasta el guardia sabía que no era peligroso, porque nunca estuvo cerca de él, ni cuando yo estuve dentro.
Desde aquel momento, nos hicimos inseparables. Yo con nueve, el con diez.
Su cultura rebasaba a la mía por lejos. Cada conversación con él era una joya. Hablábamos de todo.
Y fue así durante toda su vida.
Su piel siempre fue muy fina. Una vez, íbamos caminando juntos. Él se tropezó. Apenas se raspó, pero su herida era muy fea. Cómo sangraba… A mares. Llegamos a su casa, llorando. Su mamá siempre fue muy buena. Lo curó, lo vendó, y luego, lo besó.
Nuestras casas quedaban lejos, y ya era tarde. Quedé a dormir en su casa.
- ¿Creés que soy bueno?
- Eres la persona más maravillosa que he conocido.
- ¿Alguna vez seré feliz?
- Si te lo proponés, sí.
Faltaba un mes para año nuevo. Un mes faltaba para que él siguiera siendo el mismo, pero solamente en el exterior.
Lo esperé en el Cuartel. Nos abrazamos como nunca.
Afuera, todos sus compañeros lo saludaban. Gritaban, silbaban, vociferaban su nombre. Algunos, incluso lloraban. Varios oficiales saludaban también.
Estuvimos tomados de la mano.
- Voy a estudiar Historia - dijo él.
- Te veo para historiador. Tenés todo para ser lo que quieras - él era mi mundo.
- ¿Vos creés?
- ¿Todavía dudás de mí? – mi orgullo aún no había bajado.
Me miró, y simplemente me besó.
Por lo general, un hombre es quien propone matrimonio. Sin embargo, yo fui quien le propuso. Por supuesto, dijo que sí, pero hasta que no estuviésemos establecidos, no formaríamos una familia.
A veces, los deseos pueden más que los planes.
Darío llegó deprisa. Alan tuvo que hacer todo para sacarnos adelante. Estudiaba, trabajaba, y era padre.
Siempre tenía energía. Su motivación de cada día era nuestra familia. Su familia.
Aunque la vida lo hubiese escupido, él seguía adelante.
Nunca le agradecí como es debido.
Yo… sentía celos de él. De mi propio esposo, de mi propio amor.
Era perfecto. En todo sentido. Y él me hacía sentir como la reina del mundo.
Esta prisión me la merezco. Creo que esto es peor que la muerte, mucho peor. Y me la merezco.
Solo salgo de esta prisión cada vez que me tomo las pastillas.
Cuando no las tomo, Él aparece.
No tiene forma, pero sé que está ahí. Es inmenso. Creo que a veces, trata de reemplazar a Alan.
Trata, pero nunca logrará reemplazarlo.
Los pocos momentos de lucidez son preciados.
Me pongo contenta cada vez que mis niños vienen.
Rubén me abraza. Darío es frío, pero sé que él es así. No lo hace adrede.
Se parece a mí.
Es blanco, y tiene el pelo negro. Solo que sacó los ojos de su padre.
Rubén es todo lo contrario. Tiene el pelo prácticamente amarillo, y hasta cierto punto, es más lindo. Es una copia de su padre.
Lo único que comparten en común son sus ojos. Qué suerte tienen.
Otra vez apareces…
¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera!
4
Los hermanos tomaron el colectivo. Se dirigían a ver a su madre. El viaje fue silencioso.
Hace dos semanas que su madre está internada. El psiquiatra le dijo a Darío que tenía esquizofrenia y trastorno por estrés postraumático.
Todo junto.
Darío fue educado por su madre. Pasaba más tiempo con ella. Mantener las apariencias es fundamental para él. No por un concepto banal de orgullo, sino para tranquilizar a su hermano.
Junto con los medicamentos, el colegio de su hermano, las cuentas que pagar, la estadía de su madre en el hospital, los números se acumulaban.
Su hermano contribuía. Poco, pero lo hacía.
Pero él es el pilar. La cruz recae sobre sus hombros.
Por fortuna, su padre siempre se aseguró de que ambos tuvieran un futuro sin él.
Sus traumas del pasado nublaron su juicio, y hasta cierto punto no le permitieron el hecho de que quisiera vivir más, pero solo por su descendencia. Aun así, permitió que sus hijos disfrutaran de una fortuna, lo suficiente para solventar una universidad para el hijo menor.
Siguieron avanzando por la calle, hasta llegar al hospital. Se presentaron ante la recepcionista, y establecieron que venían de visita. Una enfermera les indicó la habitación.
Procedimientos protocolares.
Mientras avanzaban, vieron a su madre en el patio. Para su suerte, en el hospital se sentía la calma y su madre había tomado su medicina.
El menor se abalanzó sobre su madre.
Sus recuerdos, durante ese breve momento de lucidez, seguían intactos. El mayor la abrazó. Como cada visita, siempre a él le vienen recuerdos de lo dicho por el doctor. Este aseguró que ella ya tenía esquizofrenia solo que, por alguna razón, seguía “escondida”. No se supo explicar. Pero él entendió por qué.
Sabía que su padre tenía que ver.
Pareciera que ese individuo no fuera de esta tierra.
5
Papá nunca se metía al agua con nosotros. Mamá nos explicó que tenía algo en su cuerpo que no quería mostrar al mundo.
Mientras revisábamos las cosas de ambos vi las cartas que se mandaban. Leerlas me hacían subir la diabetes automáticamente. No creía que mamá fuera así.
Pilas y pilas de papeles. Pero uno me llamó la atención.
Papá nos explicó que sus hermanos perdieron contacto con él. No sabíamos nada de ellos. Pero algo ahí no me explicó.
Creo que papá quería perder contactos con ellos.
Tampoco sabíamos nada de los abuelos. Papá decía que fallecieron, pero siempre se me hizo raro.
Vi una carta, una carta con una ortografía perfecta. Era de la abuela. Y de hace dos años.
Curuzú Cuatiá, 1 de enero de 2017
Querido Alan:
Probablemente no quieras saber nada de nosotros. Desde que dejaste el Servicio, no nos has venido a visitar. No te culpo. Ninguno lo hace.
Siempre fuiste el hijo perfecto, y pienso que Dios jugó con el más inocente. Se cumple ya otro año desde que pasó “aquello”.
Las condiciones en las que fuimos criados nos cegaron completamente. Pensábamos que esas cosas ocurrían solo a otras personas, no a nosotros. Y no a ti.
Nunca pude protegerte como una madre lo haría. Tu padre, tampoco fue el mejor. Era basura, pero lo amaba. Es horrible que sea una contradicción con patas.
Los mellizos, tus hermanos, siempre trataron de que su mundo no fuera el tuyo. Cómo me alegro de que, por lo menos ellos se encargaron de poder darte lo que ninguno de los dos podíamos: educación.
Desde que me enteré de que tenías novia, me alegré muchísimo. Para ese entonces, por suerte, tu padre cambió. Ya no era un hombre agresivo y violento. Y tu novia le encantó. Sabía que sería así.
Supongo que de alguna forma odias tu sangre, pues no recibiste más que dolor y sufrimiento de ella. Y cuando lo mandaste al infierno, nos alegramos.
Nos alegramos de que alguno, por fin tuviera las agallas de hacerlo. Nos alegramos de que ya no respirase el mismo aire que el nuestro.
Está mal alegrarse por la muerte de alguien. Pero, es diferente.
Cuando te recibiste de Historiador, tu padre se alegró muchísimo. Tus hermanos también. Por fin alguien dejó este infierno.
Es curioso como alguien necesita tocar fondo para todos se den cuenta de lo mal que están las cosas.
Lo único que te pido es que alguna vez me perdones. Por la indiferencia.
Tu padre ya no aguantó la culpa. Supongo que por eso se ahorcó.
Tus hermanos, simplemente fueron llevados por sus vicios. Lo único que los mató.
Espero obtener alguna vez respuesta. No te culparé si no la obtenga. Pero recuerda que tu madre te ama con toda su alma.
De corazón, Alma.
Creo que entiendo porque esto estaba en un bollo de papel. No había indicios de qué tenía papá en su cuerpo. Debe ser algo, imborrable. Algo, indescifrable.
Su cuerpo, como su mente, siempre serán un misterio. Pero su alma, pura, vivirá en mí y en mi hermano. Su memoria permanecerá en mí, sin importar qué.
6
La casa festejaba el año nuevo como de costumbre. La familia reunida, disfrutaba del asado. Sus errores, sus vicios, ocultos en el festejo.
El pequeño tenía su boca tapada.
Su cuerpo estaba siendo desgarrado, fruto de su condición médica.
Su tío, su sangre, su propio familiar, amedrentaba lo único que quedaba de su inocencia. Pues era evidente.
La piel suave que tenía parecía papel. La sangre brotaba a mares. La carne, al rojo vivo, se caía en pequeños pedazos.
Su sexo se vio ultrajado por alguien a quien quería.
No duró mucho. Unos cuantos minutos, pero suficientes como para dejar unas marcas imborrables.
En claro estado de ebriedad, levantó al menor, y trató de limpiarlo. No por una miserable pizca de humanidad, sino para inventar alguna causa estúpida de por qué el jovencito tenía esas marcas.
Nadie vio la atrocidad. Nadie lo salvó.
Sin embargo, el único testigo de tal acto, era la imagen de Jesús en una mesa.
Nadie le creyó al hombre. Pues, era evidente.
Su aspecto, sus estúpidas excusas. Nada. Ni siquiera el padre o la madre del joven arruinado haría algo al respecto.
El miembro de su familia era alguien poderoso. Solo eso.
La fiesta terminó ahí. El padre llevó al menor al hospital. Estuvo internado dos meses.
Algunas enfermedades se hicieron evidentes. Probablemente su pareja sea contagiada, así también como su descendencia.
Todos los miembros de su familia cambiaron.
Los lazos que unían a la familia paterna se cortaron. Sus hermanos trataron de dejar sus vicios. Su padre se apiadó del sexo de la madre.
Cada uno trató de lavar sus culpas.
Solo trataron.
Los días trascurrieron normales para el joven. Las cicatrices de su cuerpo se estaban curando, pero no del todo. Su mirada se volvió vacía, sin alma.
Los ojos azules resaltaban como el mar. Nadie más que él sabía de eso.
La suciedad, la podredumbre, el asco, la miseria, el pecado, el vicio, el horror, el miedo, la rabia, la ira, el dolor.
Todo lo mundano de este mundo, se desataba sobre él mismo.
Las automutilaciones no se hicieron esperar. Era obvio que algún día explotaría, pero solo que lo hacía por él mismo.
La mancha quedó ahí, sin borrar. Sus padres trataron de satisfacer sus necesidades. En todo sentido, para compensar sus pecados.
En vano.
Nada pudo borrar esa marca.
Al igual que sus hermanos, inseparables patovicas del joven.
Por fortuna, su entorno lo quería a donde fuera. Eso, en cierta forma, ayudó a que no cometiera una atrocidad con un inocente (o quizás, no con alguien más que él mismo).
Cuando un individuo atraviesa la adolescencia, una etapa de cambios surge. Los amigos y amigas pasan a ser algo más.
Eso fue lo que le pasó a él.
Su compañera, cuya amistad comenzó con un embarazoso comienzo, avanzó a pasos agigantados. Sin embargo, algo le impedía concretar una relación. Su confusión sexual.
Creía que no tenía derecho a amar y ser amado.
No amaba a su familia, eso era algo claro. Cuando se suponía que debían protegerlo, trataron de esconder su culpa con atención y regalos, pese a su modesta situación económica. Lo intentaron.
Cuando los demás jóvenes experimentaban sus primeras relaciones sociales con otros individuos, él no podía. Simplemente, no podía.
Huía de esas cosas.
Cada tanto, iba a un lugar descampado, y con ayuda de un utensilio mellado, mas no oxidado, perforaba su piel hasta sentir dolor.
Era su forma de purificar el pecado.
Sus padres veían una vez al mes su camisa manchada de sangre. No decían nada ¿Para qué?
En ese momento, dieciséis años tenía. Su curiosa enfermedad dermatológica había amainado. Pero seguía siendo tan brutal como siempre.
Se enteró que salió sorteado para entrar en el Servicio Militar. No tenía idea qué iba a ser cuando fuera mayor.
Supuso que eso le abriría unas puertas.
Había conocido a un alma similar a la suya, pero nadie comprendería la tormenta que rodeaba su mente.
Por lo menos había dado sus primeros besos con ella, algo que había rechazado de sus padres.
A donde él fuera era querido. Por su belleza, su actitud y su bondad.
En el Servicio aprendió a valerse por si mismo. Su enfermedad, poco a poco, se fue curando, pero algo le impedía sanar del todo.
Su sexo había sido arrebatado. Alguien tenía que devolvérselo.
Adquirió un valor que no encontraba en él. Un valor indescriptible.
Echaba “fuego de sus ojos”.
A los veinte años, recibió una licencia. Un año más y salía de la así llamada “Colimba”.
Sus ojos azules brillaban por algo. La razón se vería más adelante.
Fue a su tierra natal, solo para ver a su familia y a su pareja. Pero tenía otra razón de por medio.
7
La tormenta era una metáfora de su mente. Tenía su uniforme verde, un uniforme que le daba una sensación de poder que nunca antes había sentido. En el camino, apenas se había raspado. Su enfermedad enigmática se curó.
Las botas se hundían en el barro. La pistola se hallaba seca, pese al torrencial que azotaba el pueblo.
Llegó a la casa. Las luces resaltaban por todo el barrio. Una de las pocas casas con servicio eléctrico.
Avanzó un par de pasos, y tocó la puerta.
Nadie respondió.
Una vez más.
La abrió un niño de no más de once años. Era el nieto.
¿Está tu abuelo? – preguntó.
El nene iba a llamar a su abuelo, hasta que él lo detuvo. Se agachó, y con una dulce voz, le dijo:
- Yo lo busco.
Sabía cómo era la casa. La sabía de memoria.
La familia estaba comiendo en la mesa. El abuelo, en la punta. Su esposa, a su lado izquierdo. Era un hombre ya mayor que lo miró detenidamente. Presentía lo que iba a pasar.
Se quedó un rato en la entrada del comedor. Notó que su familiar tenía un parecido formidable a él. Mismos ojos, pelo, piel. Casi todo. Era curioso.
La esposa lo observó desconcertada.
¿Alan? – preguntó.
No dijo nada. El viejo lo miró desafiante.
El joven no dudó. Desabrochó la pistolera, y la desenfundó.
Al ver lo que hacía, trató de agacharse, pero no llegó. La bala salió disparada. Le atravesó la frente. Cayó al suelo limpiamente.
Su mujer, giró a ver al muerto. El joven soldado logró ver una hilera de moretones a lo largo de su cuello.
La mujer balbuceó unas maldiciones al soldado, mientras abrazaba la cabeza del muerto.
La cara del joven soldado fue de liberación. Placer incluso. Quería seguir rematándolo, solo por el placer de hacerlo, pero no quería ampliar el sufrimiento de la viuda. Sabía que por su condición de militar y, por ser conocido por el “Chico abusado de los Balbuena”, sería perdonado.
De su letargo, una presencia le despertó. Vio al pequeño, en shock, mirando, desde el otro lado de la mesa, al muerto y su viuda, en un constante llanto y dolor.
Lo miró, tomó su mano, luego llamó desde un teléfono que había en la casa a la policía y esperó.
Finalmente, la enfermedad de Alan se curó definitivamente.
FIN
Deimos.