Sofía Loren
Estaba nervioso, lo admito, nervioso y con algo de miedo. Aquella situación era extraña por decir lo menos. ¿Alguna vez se ha encontrado completamente desnuda en medio de una plaza a mitad de una noche lluviosa?, ¿no? Bueno, era eso exactamente lo que me estaba pasando. No recordaba cómo había llegado allí o cómo me habían llevado, de verdad no lo recordaba o no quería recordarlo. Tampoco era que me importara mucho. No diré, eso sí, que aquella extraña situación no me procurara un tanto de placer. Si, lo estaba disfrutando.
Estaba atenazado de frío y totalmente empapado, el nerviosismo me hacía temblar y el miedo no me dejaba pensar claramente y aunque parezca una locura, sentía placer en todo aquello. Una cálida sensación de placer recorría mi interior y todo lo que sentía por fuera me era indiferente, sencillamente no me molestaba nada. El frío dio paso al calor, mi propia desnudez dejó de causarme vergüenza y el miedo cedió ante la tranquilidad. Estaba feliz, era eso, estaba feliz por primera vez en mi vida. Sonreí contento mirando al cielo negro y dejé que la lluvia bañara mi rostro durante unos momentos.
Sonreí lleno de gozo y empecé a caminar sin rumbo. En algún momento debo haberme quedado dormido, ...verla arrodillada frente a mí mientras lamía y chupaba mi sexo...no sé cuando ocurrió y al despertar me encontré aquí, frente a usted doctora. No sé porqué me han amarrado a esta cama ni tampoco sé como llegué aquí. Simplemente no lo sé. Me duelen los brazos y las costillas, debo haberme caído, algún resbalón supongo. Sólo quiero irme, quiero volver a caminar desnudo y sentir esa felicidad que nunca antes había sentido. ¿Luego me dejará ir? ¿En serio doctora? De verdad le agradezco su amabilidad y atenciones. Está bien, me tomaré la pastilla sólo porque usted me lo pide...
No diré que no sentí miedo, luego del ardor inicial, un instante de dolor, una insignificante fracción de tiempo en que el dolor más agudo que sintiera nunca recorrió hasta la última fibra de mi cuerpo. La bala había entrado justo en el centro de mi mejilla derecha. Había volado algunas muelas y destrozó mi lengua, luego atravesó mi paladar rompiendo y desgarrando todo a su paso se había hecho camino hasta salir por detrás de mi oreja izquierda llevándose pedazos de carne, huesos y mi vida.
Verles ahí cogidos de las manos me enterneció, aquella pareja de ancianos sentados en el banco más allá de la fuente eran toda una inspiración para el amor. No hablaban entre ellos, sólo dejaban que el sol les bañara con su luz a mitad de la tarde. La bala había entrado justo en el centro de mi mejilla derecha. Ambos sonreían contentos. Podía percibirse la alegría de sus corazones viejos.
Corazones donde ya no cabían la inquina, la envidia, el rencor o el odio. Una pareja que unía con sus manos, lo que sus pechos albergaban. No diré que aquello no me provocó un poco de angustia. Me hallaba sólo desde hacía varios años, amores olvidados, pasados, era eso lo que llevaba por dentro. De aquella escena en el parque han pasado ya más de veinte años y hoy me vino aquel recuerdo. Otros amores pasaron por mi vida, se quedaron el tiempo que tenían que quedarse y luego siguieron sus caminos. Sentado en el mismo banco, el sol brilla igual que ese día y yo sigo sólo. La angustia desapareció, me siento en paz conmigo y con todo a mi alrededor. Haber amado es lo único que me queda.
No diré que verla arrodillada frente a mí mientras lamía y chupaba mi sexo con fruición no me excitara. No es eso, claro que lo disfrutaba tremendamente. Pero lo que realmente me provocaba una sensación de éxtasis profundo era darme cuenta de que ella lo gozaba más que yo. No es que fuera una experta o una profesional, no. Hasta torpe era por momentos, lo que realmente hacía de aquella mamada algo especial era que ella estaba solazándose con todo su ser. Lamía un rato, chupaba casi con hambre, besaba allá con amor, mordisqueaba con gula y dejaba que mi erección entrara y saliera de su boca con un placer inmenso... Lástima que aquello sólo ocurría en mis ratos de soledad, cuando mi mente se dejaba llevar por la imaginación en aquella oscura celda.
Gustavo T.
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